lunes, 31 de diciembre de 2012

2013 y contando.


2013, ya mañana 2013 y, tengo que decirlo, la circunstancia política que nos hace prever un año de incertidumbres, al mismo tiempo nos ha regalado unas navidades con un extraño sosiego que hace años, por lo menos yo, no sentía por esta época.
En Venezuela la posibilidad de la ausencia del Presidente tan temprano como desde el mismo día de la toma de posesión sólo lo tuvimos cerca cuando el candidato de consenso Diógenes Escalante perdió la razón a 24 horas de su proclamación. Tan lejano como los años 40 del siglo XX.

A propósito recomendamos un análisis reposado de José Ignacio Hernández en Prodavinci que, como él dice, podrá no gustarle a mucha gente pero, y como dijo el poeta "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio" 

La cosa no pinta fácil para el gobierno que deberá asumir la conducción de un partido-sentimiento de liderazgo unipersonal y carismático. Nada fácil. Tampoco para la oposición que aún no se asume como el movimiento de resistencia que de hecho es (o debería ser) y se comporta ante los electores como si estuvieramos viviendo una democracia formal. Hasta llaman fiesta democrática los eventos electorales.

Los acontecimientos políticos se están moviendo a velocidades que creo que superan a ambos "equipos". He oído a dirigentes políticos mezclar deseos con esperanzas e ideas místicas, y actitudes "espirituales" con relación a nuestro momento político. Espero que estas ideas místico-políticas desaparezcan como moda de temporada navideña no vaya a ser que terminemos con un gobierno evangélico militante o similar con la Biblia o el Corán por Constitución de obligatorio cumplimiento.




Ojalá que a partir del 2013 la fe sea asunto privado y de particulares y que lo público no vaya signado por estructuras religiosas ni dogmáticas... Amén.




Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, diciembre 2012.



lunes, 24 de diciembre de 2012

El cochino en Navidad.


El título sugeriría un texto gastronómico o en todo caso de salud del tipo “Se puede No engordar en diciembre” pero no. Lo advierto de una buena vez, lo que sigue podrá sonar a muchos como la versión disminuida de un Grinch tercermundista venezolano.

En Venezuela la tradición universal del regalo navideño tiene el nombre de aguinaldo, el que también se le adjudica a los cantos propios de la época y que en otras partes del mundo se denominan genéricamente villancicos. 

Recuerdo de pequeño una tarjetita que llegaba a casa en temporada previa a la Navidad que rezaba casi textualmente “Su servidor (y aquí el nombre de ese servidor) operador del aseo urbano le desea una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo y aprovecha la oportunidad para recordarle el tradicional aguinaldo con que siempre nos ha favorecido”.  Esa tarjeta era recogida por el mismo personaje una semana después adjunto a un billete, generalmente de baja denominación, que supongo conformaba un “pote” que se repartía entre el equipo de operadores del Aseo Urbano.

Mi edad no me lo permitía y no sé si esa mutación del “es sólo un detallito, ay pero no te hubieras molestado” que era el regalo navideño, es decir el aguinaldo, mutación decía, al metálico y cochino dinero se haya producido a través de esa tarjetita que seguro todos los de mi generación recordarán. Lo que sí es cierto es que se institucionalizó de tal manera que los contratos colectivos, reivindicaciones sindicales y toda forma de pacto laboral incluye además de bonos de productividad, de asistencia y de fin de año, un monto indefinido-obligatorio llamado pomposamente A-gui-nal-do.

Es por estos derroteros que se desarrolló la cultura del moderno aguinaldo navideño en Venezuela que hace creer a todos con derecho a pedir el “aguinaldito” (eso sí, en metálico) a cualquiera que encuentre a su paso aunque 
jamás en su vida lo haya visto.


Es a partir, creo, de finales de los años 60 que comienzan a aparecer en épocas navideñas unas alcancías de las clásicas con forma de cochino que a la vuelta de pocos años trocó en omnipresencia. Colgaban de los cuellos de los pregoneros mientras vendían sus periódicos, estaban en los mostradores de los quioscos de chucherías, pero también en los restaurantes, tiendas de ropa y, hasta redundantemente, en las ventas de alcancías con forma de cochino.

En arrebatos de originalidad estos cochinos que exigen su “aguinaldito” se han ido convirtiendo en esperpentos disfrazados de cualquier cosa al grado que algunos recuerdan al Chuki,  aquella grotesca historia del muñeco perverso y que en la saga, después de “La Novia de Chuki” podríamos producir en Venezuela “Chuki el cochino y la Navidad del terror, la película”.

Particularmente detesto ésta ya tradicional costumbre. No sé qué tan abundante pueden ser las recolectas por esta vía pero que hasta el dueño de negocio propio ponga su cochino, pida el aguinaldo y al final se lo quede para sí porque ni empleados tiene, me parece que hace tambalear la dignidad y el orgullo por el servicio bien brindado.

Cuando expresé, hace algunos años, en voz alta estos pareceres fui visto de tal manera que a partir de ese momento y en vísperas de Navidad tengo el sueño recurrente de que los ruidos en la chimenea (que no tengo) me emocionan imaginando a Santa que desciende con regalos y alguna dificultad. El ruido se desgrana, se atomiza, se multiplica, crece  y finalmente emergen abundantes y vengativos miles de cochinos de todos los tamaños y todas las indumentarias pero, eso sí, invariablemente todos de plástico. Yo aterrado y arrinconado trato de explicarles que lo que detesto es la costumbre, que quien los ridiculizó con esos disfraces, letreros y tatuajes son los culpables...


...Mientras lo escribo me sudan las manos. Siempre despierto antes del ansiado armisticio lo cual me genera una ansiedad adicional. Nunca más las Navidades fueron lo que eran mientras fui niño.

Sueño que salen de la chimenea, atomizados,
desgranados, en perdigonada.
Un diciembre, mi hijo me presentó ese éxito de los juegos de computadora (y otros adminículos) Angry Birds. Me pareció genialmente divertido, de mucha geometría, admirable. Me hice fan, lo juego con frecuencia pero al llegar al mundo de los cochinos me pongo inexplicablemente torpe, con temblores y no he podido pasar ese nivel. En fin cada quién con su trauma.




En todo caso les deseo a todos una muy feliz Navidad y 
que el año venidero, ese 2013, nos libere de los cochinos.






Nicolás Baselice Wierman
Caracas, diciembre 2012.

















lunes, 3 de diciembre de 2012

Desarma la violencia… ¿Cuál violencia?


Venezuela se ha convertido en el cuarto país del mundo en homicidios y, según la UNICEF, en el segundo en tasa de homicidios en adolescentes en Latinoamérica. Las proyecciones dicen que podríamos cerrar el presente año con entre 16 mil y 20 mil fallecidos por causa de la violencia criminal. El no tan velado razonamiento de que actos de represión del delito común en las áreas deprimidas de las ciudades más grandes sería entrar en contradicción con los principios de un gobierno que se hace llamar “de los pobres”, ha dado como consecuencia la impunidad e inacción del ejecutivo en más de diez años.

Forzado por la contundencia de los hechos y las cifras, desde hace algo más de un año se formó una “Comisión presidencial para el desarme” que en su expresión más pública, parece sólo un rocío de buenas intenciones. En los vagones del metro de Caracas aparecieron una serie de afiches protagonizados por personajes públicos identificados (justificadamente o no) con uno u otro lado de la polarización política que, entre los venezolanos, todo lo envuelve. Estos personajes dejan constancia de su adhesión a la buena voluntad a través del lema: “Desarma la violencia, anótate a la paz”, concluyendo luego de un testimonial en primera persona del singular o plural, según sea el caso, “Yo me anoto”.


Estos carteles tuvieron su versión radial y de video que supongo fueron transmitidos por televisión. Hasta ahora, todo muy bien. El asunto se me antoja poco efectivo cuando cada mensaje de los mencionados invitan al espectador a sumarse (¡Anótate a la paz!). ¿Cómo se hace efectiva esa incorporación?. Veamos.
Revisando en la página web de la Comisión encontramos que hay una suerte de voluntariado que deberá difundir la cultura de paz en su comunidad y el requisito previo es “creer en una convivencia sin armas, en la paz y la solidaridad”. 
Creo que es obvio que la gran mayoría comulga con estos principios.

Desde hace unos días, la campaña por el desarme entró en otra fase y aparecieron en radio varias piezas publicitarias y en una de ellas se dramatiza una conversación de pareja: ella le pregunta que a dónde va con esa pistola, a lo que él le responde, “es para defenderme” y ella da un ultimatum, “En esta casa o el arma o yo” y a continuación suena un balazo. Cada quién imaginará cómo es la escena final, pero en ese momento entendí porqué es mucha buena intención y poca efectividad.

Pareciera que la hipótesis de arranque hubiera sido que somos una sociedad que ha ido perdiendo el buen talante, el buen humor, la cortesía, los buenos modales y como hay tanta gente armada, cualquier desencuentro callejero termina en balazos y muertos.
Pues no, nuestra violencia es delincuencial, no es una violencia malhumorada, es una violencia perversa y desalmada. Violencia de 60 tiros en el cuerpo y balazos a la cara.

La gente no sale a disparar porque se levantó con el pie equivocado, sale a disparar porque ése es su día a día, es su manera de vivir y en muchos casos de sobrevivir. Es una cultura, con sus códigos y su escala aspiracional y jerarquía de ascenso. Los mensajes de los afiches y spots radiales de marras no le llegan, es decir, no les importa a los delincuentes que nos azotan. Esos mensajes están concebidos para ser captados por personas fuera del mundo del delito y con armas legales y, posiblemente, hasta entrenados para su uso.



Para decirlo en el ámbito del “plomo”, 
creo que se está disparando, por mala puntería, a la periferia de la diana.










¿Es ésto casual o está calculado de esa manera?... estas tres situaciones podrían orientar la respuesta:



1- La obligatoriedad de colocación de un inocuo cartel de 80 cm por 50 cm en todos los sitios de reunión pública y transportes colectivos (que todos ven y nadie acata) que prohibe el ingreso con armas de fuego, bajo los cuales imagino al “malandro calzado con el hiero en la cintura” riéndose cínicamente.









2- Un acto de calle transmitido por televisión en el que las autoridades asociadas con la mencionada Comisión hablan de miles de armas destruidas y otro tanto por destruir pero allí, se estaban inutilizando nueve armas… sí, sólo nueve armas… en medio de una parafernalia que lucía exagerada para sólo nueve armas. No entendí nada.


Colectivo armado de la parroquia 23 de Enero
Y 3- la noticia que titula la última página del diario de hoy en la que se informa sobre un Colectivo, suerte de cuerpo paramilitar organizado y establecido en una de nuestras parroquias más populosas en Caracas, la parroquia 23 de Enero. Este Colectivo asaltó una subdelegación de la policía científica y de investigación para rescatar a un detenido de 19 años, perteneciente a su grupo e  implicado en el asesinato del escolta de un alto funcionario del Gobierno. Este grupo que atacó con armas de fuego y en número de unas 60 personas, al no lograr su cometido, tomó todos los accesos a la parroquia y “decretó” la prohibición de paso a las autoridades policiales. Todo esto sucede a una distancia a tiro de visión desde las oficinas del presidente Chávez en el palacio de gobierno venezolano… y no pasa nada.
Todo esto, amén del alarde que hace el Presidente por la compra de armas que presenta y manipula en cadena nacional de televisión. Que si la compra es necesaria como él argumenta, exhibirlas y manipularlas en público es un contrasentido en el marco de ésta, su Comisión Presidencial.


Contrastando, podríamos pensar entonces que tanto la Comisión Presidencial para el Desarme como la superestructura que la contiene, la Misión a Toda Vida, son productos para la galería, para que parezca que algo está sucediendo, como para que podamos morir desprevenidos en la calle pensando que en verdad las autoridades hacen su trabajo.


Nicolás Baselice Wierman
Caracas, diciembre 2012

sábado, 1 de diciembre de 2012

Trauma Post Electoral o por dónde se une la unidad.



Como algunos sabrán, el 7 de octubre acabamos de pasar en Venezuela por un proceso electoral presidencial que dio como resultado la reelección del presidente Chávez ante la esperanza de la oposición política de sustituirlo por Henrique Capriles.

Esta derrota generó un trauma post electoral en las personas que adversan este gobierno que se manifiesta,  en una primera instancia, en un desgano para la participación en las próximas y casi inmediatas elecciones de gobernadores de estados el próximo 16 de diciembre.
Ese desgano ante un resultado que evidencia un crecimiento numérico, tanto absoluto como porcentual de los opositores al Gobierno, nos habla de las diferentes ópticas que conviven en ese nombre genérico de “Oposición”.



Traigo a cuento una situación que presencié en un colectivo con ruta desde una de las zonas de clase media acomodada hacia el centro de la ciudad de Caracas y que podría ilustrar una parte de esas diferentes ópticas.
Entre nosotros viajaba una señora de atuendo entre casual y deportivo de unos sesenta y tantos años bien administrados (posiblemente más), de hecho viajaba de pie y no aceptó asiento hasta que alguien, que llegó a su destino, dejó uno libre.


Esta señora hablaba de internet, “qué maravilla el Facebook, qué espectacular el tuiter…” y decía “se encuentra muy pocas o ninguna persona de mi edad en facebook y tuiter. El que no etá allí no está en nada…” en fin, se jactaba de lo actual que ella era no obstante su edad. En algún momento exclamó “yo no compro periódico… yo lo leo en internet” para luego agregar “bueno, yo nunca compré periódico”. La conversación, que ya tenía algunos interlocutores, inclusive del tipo de los que completan las frases, derivó, como todas las conversaciones en Venezuela desde hace ya más de diez años, en el hecho político.

Nuestra tuitera experta decía que la gente no había entendido porqué Capriles había reconocido esa derrota tan rápido, a lo que contestó uno de sus contertulios casuales, “Es que ya estaban saliendo los tanques de Miraflores (El Palacio de Gobierno donde por cierto no hay tanques) y no quiso derramamiento de sangre". De pronto ella agrega, “Y dígame, esa ley que quiere imponer por la enfermedad de que si muere lo debe sustituir su hermano o su hija…” a lo que un tercero agregó “Ese no se ha muerto por la brujería que le hacen en Cuba. Pero eso no es posible porque habría un golpe” y Ella, sin dejarse quitar el hilo conductor refutaba, “Es que aquí no hay un militar que tenga las que te conté (es decir, las bolas) para darlo, sólo les sirven para adornar el árbol de navidad”… otra voz dice ¡Un Pérez Jiménez! (nuestro anterior dictador hasta 1958) y Ella en control del hilo conductor, ¡Yo sí era Perezjimenista! (lo que, por cierto, le suma años) . Esta conversación fue mermando en la medida en que nuestra protagonista se iba quedando sin interlocutores y así llegó, en silencio, hasta la terminal cuando todos nos bajamos del bus.

 Esta señora que confiesa no haber comprado nunca periódicos, está deslumbrada por la inmediatez y universalidad del contacto cibernético, al grado de creer que en la pantallita está la “Verdad Revelada” y es capaz de creer todo lo que allí se chismea y más aún, rebotarlo. Bien le vendría comprar un periódico serio de vez en cuando y leer alguna opinión argumentada de más de 140 caracteres. Decir que “La gente no entendió porqué reconoció esa derrota” es pensar que ella es “La Gente” es decir “Todos”, en otras palabras es no reconocer la existencia del otro. Estar en contra de este gobierno y pretender salir de él con un miltar y por la fuerza es no entender que éso es lo que tenemos hoy en día. 


Decirse Perezjimenista, es reconocerse partidaria de una dictadura militar que, amén de la contradicción que supone oponerse a lo de hoy, es pensar que esa represión y aquellos muertos valieron los edificios y carreteras que nos dejaron… no estoy de acuerdo.





Esta señora, me atrevería a asegurarlo, no ha visto de cerca la pobreza de este país. Esos sitios, en la propia capital, que sólo tienen caminos de tierra donde cada lluvia, por corta que sea, genera serios inconvenientes. Sitios donde sacar un cadáver por muerte natural a la vía principal se convierte en una doble desgracia.
Ella, que según dijo, es capaz de pagar un pasaje a Australia para visitar a su hijo no podría entender que hay personas que por razones estructurales de nuestra sociedad, sólo tienen la opción de vivir del Estado y este gobierno se aprovecha de ello. Estas personas necesitan creer, y hoy lo más cerca que tienen de esa posibilidad es éste ya largo gobierno, al que respaldan con legítima e ingenua fe.


Señora, Capriles reconoció la derrota porque los votos estaban allí. Si en algo creció la oposición en estos años fue en organización y siempre supieron cómo era la situación durante el día de las elecciones. Desde nuestro espacio de confort, con techo y comida segura, con instrucción para tomar decisiones en torno a nuestra felicidad factible nos cuesta demasiado reconocer que la miseria existe y se viste de oportunidad, fe y esperanza.

Creo, como usted, que éste es el peor gobierno de los últimos 60 años en Venezuela, pero no es con chismes, rumores, inmediatez, sectarismo y más militares con lo que se corregirá. Como tampoco copiando la adoración casi mística del líder, que desafortunadamente nuestro derrotado candidato, ahora aspirante a reelección en la Gobernación de Miranda, copia tímidamente en su publicidad de campaña.


Además, cuando se habla de política y se mezcla con la brujería, pienso que se da un paso adelante y tres hacia atrás.



Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, diciembre 2012.

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