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domingo, 19 de julio de 2020

El desengaño amoroso de los glaciares andinos.

A Nicole,                                 
Prueba de que el futuro está aquí.



De niño, urbano como fui, me parecía muy especial el que un país, el mío, sin tener muy claro lo que eso significara, tuviera todo lo que uno veía en la tele, esa novedad que nos traía toda la monocromía del mundo al hogar. infinitos que se movían entre Macuto y Los Caracas allende Naiguatá.

Películas de selvas   -así es Guayana-  decían en casa, de desiertos   -Mira, como los Médanos de Coro- escuchaba, o aquellos documentales de alpinistas, (como le decíamos hasta hace muy poco  a todo el que escalaba montañas) acotados por un “Nevados como en Mérida”. Pensaba que lo teníamos todo aquí adentro. Yo aún no lo había visto pero me bastaba con los testimonios de quienes me rodeaban. Sólo para las historias de piratas tenía una referencia tangible: mis inmensos mares

Poco a poco fui conociendo esas humedades, calores y fríos de los climas que nos guardaban los paisajes nuestros. Conocí los calores desérticos y las arenas de Falcón y así, los Médanos de Coro. Recuerdo una conversación con una señora ya de edad avanzada que nos hablaba de los médanos, en el zaguán de su casa, típica colonial del sitio, en términos humanizados.
-Hoy amanecieron alborotados – decía la señora refiriéndose a las arenas.
- Se comieron la vía y están ahí echa'os. -Y concluía- Ahora habrá  que llevar la máquina a que los empujen.
Los trataba como si fueran gente, como muchachos traviesos que así como cortaban la carretera podían mover o desaparecer un montículo, que si servía de referencia orientadora a los nuevos visitantes, lo efímero provocaba que se extraviaran. Así se llevaban ese recuerdo a manera de souvenir de la travesura de “los muchachos”.


De todos esos climas y sus naturalezas era, para mí, la nieve y el frío lo menos natural y por ello insólito. Que el agua de mares y ríos se moviera y se regara, al final era agua, era obvio. El calor de desierto bajo el sol era obra lógica de ese sol. Pero las cumbres nevadas donde el agua ya no era líquida sino que se hacía sólida. Donde a pleno sol las temperaturas dejaban los ceros altos, era demasiada magia absurda.

En la escuela me explicaron las imágenes de la tele con una leyenda que confirmaba mi sospecha: ese  frío era un sortilegio. Escuché allí, por primera vez, la leyenda de Las Cinco Águilas Blancas, recopilada de la tradición oral de los Mirripuyes y que hablaba específicamente de nuestras cumbres nevadas de Mérida.

La leyenda decía más o menos que Caribay, hija del Sol Zuhe y la Luna Chía, vio volar cinco águilas blancas y quiso adornarse con sus plumas. Las siguió tras el rastro de sus sombras por valles y montañas. Desde esas alturas logró verlas posarse en un risco.
Aprovechó su quietud y fue hacia ellas pero no pudo hacerse de sus deseadas plumas. Las águilas estaban congeladas, eran cinco enormes masas de hielo. Caribay, aterrorizada, huyó. A poco, su madre Chía, se oscureció y las cinco águilas despertaron. Enfurecidas, sacudieron sus alas y la montaña toda se cubrió con el plumaje deseado.

Formó parte de mis fantasías por algún tiempo hasta que me encontré con ese paisaje. Descubrí, como en Coro, que la gente establece relaciones entrañables con su entorno y especialmente con los fenómenos y formaciones naturales particulares de sus regiones y de hecho parte de su tránsito vital termina siendo orientado por ese entorno natural. Creo que una forma de propiciar esa fraternidad es asignándole un alma. Convertidos en seres animados hace natural el tutearse con ellos. Esa leyenda de las Cinco Águilas es una muestra de eso.

El recopilador de la leyenda fue Tulio Febres Cordero un merideño que se me hace un soñador pragmático, poliédrico dirían ahora, cuya vida giró en torno a su ciudad y desde muchos ángulos, de las letras a la ciencia. En mis visitas a la zona, ya por trabajo, ya por placer, las conversaciones acerca de los picos nevados se desarrollaban en pronombres de nosotros, vosotros, ellos que equiparaba cualquiera de los glaciares con un humano más.

En alguna oportunidad escuché decir que los glaciares “Tienen masas de hielo suficientes para prepararle sorbetes al mundo entero por centenares de años”. Los presentan como quienes comparten sus golosinas, sus meriendas, lo que nos habla de esa humanización.



Pero esto va más allá de sólo un decir. La verdad es que esos sorbetes se hicieron realidad y bajaron a la ciudad. A comienzos de los años ochenta Manuel Da Silva decide abrir una heladería, Coromoto la llamó. Aunque él confiesa que al retirarse de la fábrica de helados en la que trabajaba, decidió comercializar sus propios helados, yo creo que más bien decidió por la poesía.
Conocí a Don Manolo, como le llaman todos, en su heladería, modesta como la mayoría de los sitios en Mérida para esa época. Nos contó que llegó de Portugal  (tierra de nobel de literatura y grandes poetas) a Mérida, la que adoptó como su ciudad. Se deslumbró con la nieve de los glaciares, se impresionó con los colores de su agricultura y los sabores de la cría y la pesca del sitio y de allí obtuvo la materia prima para su obra: helados, en plural. Tan en plural que más de treinta años después, se conoce como "Heladería Coromoto, la de los mil sabores" la verdad es que eran algo más de 850 y por ello dos veces Record Guinness.

Me parece una hermosísima actividad íntimamente relacionada con su región que la identifica y lo identifica, además de entregar a locales y visitantes miles de pequeños glaciares de colores y sabores con los que, a lo mejor sin quererlo, hizo honor a esas cumbres nevadas que coronaban su mundo adoptado.

Es interesante conocer en sitio, para mejor comprenderlo, la íntima relación de los habitantes con su entorno. Por ejemplo cuando nos contaban de antepasados que mantuvieron una relación bien particular con sus glaciares que fueron proveedores…  de frío a domicilio.
Los hieleros eran intermediarios entre las nieves y los hogares. Trasladaban kilos, unos veinte por persona, que con logística rendidora de dos medios viajes con la mitad de la carga y un medio viaje con toda la carga, llevaban la encomienda de la montaña proveedora al pueblo que lo agradecía.
Los hieleros atendieron las encomiendas de los picos nevados para los lugareños hasta que hubo la primera planta productora de hielo y las primeras neveras. El frío domesticado. Me gustó ver la heladería de Don manolo como una herencia de los antiguos Hieleros.

Hace unos meses me topé con un trabajo editorial que hablaba de la desaparición acelerada de los glaciares. Esas formaciones que me fueron tan atractivas desde niño. Que de tan natural presencia y (ahora) cercanía dimos por dada, resulta que es una “especie en extinción”
Nicole: el futuro 









La visita reciente de dos generaciones de mi descendencia al páramo andino y el intercambio de lluvia de imágenes, que a la velocidad de hoy, produce un minuto a minuto de la visita desde la distancia, me confrontó con lo efímero de la vida (Otro concepto de la misma escuela que me contó lo de las Cinco Águilas).
Mientras yo de niño fantaseaba con imágenes nevadas en blanco y negro, esos glaciares o esas Cinco Águilas, si lo prefieren, invitaron, bienvinieron y alojaron a visitantes que, más allá de lo contemplativo, interactuaron deportivamente, hombre-natura, en actividades tan extremas como el descenso en esquí sobre nieve.
Hasta los años sesenta  sólo había cinco pistas de esquí consideradas como las más altas del mundo y una de ellas estaba en nuestra Sierra Nevada de Mérida. Era el Pico Espejo. Ciertamente no es una de las cinco Águilas Blancas, pero eso sería solo un detalle porque desde él podía verse la continuidad nívea  de las cinco aves legendarias.

Año 1956 - Fotografía cortesía de Venezuela Inmortal





A un lado, los Picos Bolívar, La Concha y, como uno, el Humboldt y el Bonpland, compartiendo una misma estructura. Al otro, los picos El Toro y El León.

Parece mentira  hoy a tan relativamente pocos años estemos presenciando la desaparición de esos glaciares al extremo de ser testigos de la agonía del último de ellos.
Otra evidencia de cómo el entorno puede inspirar la vida de sus habitantes es el que quizás fue el último testigo del proceso de deshielo de nuestros glaciares andinos. Se llamaba Francisco. Era otro enamorado de esas nieves. Les escribió canciones, poemas, contrapunteos y hasta chistes. A falta de fotografías, narraba imágenes que podían hacer sentir a quienes  bien escucháramos,  la nostalgia de un pasado que no habíamos vivido.

Ya el “creador de leyendas” como se le conoció a Tulio Febres Cordero, al tiempo de publicar “Las Cinco Águilas Blancas” escribía esto:

“(…) el deshielo es evidente. De ello no se da cuenta la nueva generación sino a medias; pero los que contemplamos los bellos nevados hace más de cincuenta años, vemos con tristeza que la gran maravilla de Mérida, su diadema de perpetuas nieves, va desapareciendo de un modo sensible.” 

Un hombre producto de la magia de los glaciares, me parece. Era años veinte del siglo pasado y esa suerte de predicción, para decirlo en términos de hoy, no llegó a ser trending topic.

          ................

Pues sí, el tiempo pasa. Desde mis fantasías infantiles con las cumbres heladas hasta hoy ya no hay pista para descenso en esquí, Francisco falleció hace unos meses en 2018. La heladería Coromoto vivió sus propias glaciaciones y cerró dos veces por escases de insumos y una tercera por duelo. Don Manuel también nos dejó. Y la leyenda de las Águilas Blancas perderá sentido al explicar algo que no existe.
Dicho en una sola oración: Hoy los glaciares andinos son una nostalgia, ya no más una esperanza.
Y vuelvo a fantasear aquí sentado ante este teclado, ya en clave nostálgica.
Sumo los años de contemporaneidad amorosa y registro acucioso de los glaciares de Tulio Febres Cordero y Francisco Castillo, también los más de sesenta de Don Manuel Da Silva entre nosotros y los proyecto en el  tiempo unos doscientos años hacia adelante. Gracias a la física cuántica pliego el tiempo y perforo. Así  traigo del futuro una minicrónica encontrada en el cofre de los libros perdidos al final de ese túnel de gusano o madriguera de conejo (para citar un clásico). Aunque creo que faltan algunas páginas miren lo que dice:

"En una cápsula que se desplaza en este sistema ya multicentenario de ascenso a la montaña y que, no obstante los avances tecnológicos y los cambios de diseño, seguimos llamando teleférico, nos hacen  un turisteo contemplativo a distancias de tiempo y de espacio.
Nuestra guía, con el acento del hablar de la zona, marcado por esa eterna amabilidad idiosincrática, nos decía:

-¿Ven aquellas elevaciones? Sí, esos seis picos que a ratos parecen cinco. Pues cuenta la historia que fueron llamados los de las nieves perpetuas. Vistos así, tan verdes o tan ocres, según la temporada, pareciera que estuviéramos hablando de nuestra Atlántida local. Para mí eso es toda una leyenda urbana -Remataba con aires de que era una ocurrencia del momento.

-Ante la leyenda prefiero el mito de las Cinco Águilas Blancas -Dijo la muy joven guía de muy colorados pómulos.
Y continuó:
-Dice el mito que estas cinco águilas, eran muy pero que muy blancas, tanto que solo podían verse contra cielos despejados de ese azul que no sé por qué los padres de mis abuelos llamaban decembrino; mientras que contra cielos nublados solo sus ojos eran perceptibles. Redondos, negros, brillantes. Las águilas eran enormes, eran hermosas, y en su vejez, cargadas de belleza, de valores ancestrales y del poder del frío, se posaron en esas cumbres con la esperanza de eternizarse en ellas y esa ilusión se cumplió.


Blanquearon las cimas, bajaron sus temperaturas, variaron su vegetación, revalorizaron el oxígeno. Y así pasó el tiempo y se hicieron tiempo, hasta que el amor, también con alas, ya no de águila, pero muy amplias, se hizo presente y volando en círculos supo de aquella ilusión de las veneradas águilas blancas.

Entonces el Amor ascendió en espiral y desde un centro cenital, asumiéndose como el único eterno y erudito, en tono arrogante sentenció:


"Toda eternidad, como el amor eterno, es eterna mientras dura"...

                                Y las nieves se derritieron.




Nota:
Este texto fue producido para el taller de Crónica de la Fundación Biggot
en el primer semestre del año 2019 y rescatado ahora en julio de 2020
a propósito de una generosa nevada, cada vez menos comunes
y muy noticiosas, en las  montañas merideñas a las que alude su contenido.

Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice
Julio 2020.

sábado, 20 de octubre de 2018

Mi Plegaria

…No te me vayas.

No me dejes tan solo aquí en esta turbiedad de la vida revuelta. En este fango del fondo del mar. Son demasiados años atadas nuestras esencias.

Vuelve, vente otra vez como eras: tan luminosa, queriéndome como solo tú sabes, consolándome cuando los demonios me hurgan el alma y me clavan sus anzuelos y me envuelven en sus redes.

 Vuelve porque te estás llevando demasiadas cosas contigo para ese otro espacio como para que después, yo, así, pueda sobrevivirte aquí.

Vente de nuevo con tu luz, con tu sangre amontonada en los cachetes cuando te enterraba mi amor en tus fondos.

Vente con tu fuerza, que no me engaño, es la que a mí me da vigor, verdad, intensidad para arrancarle a las entrañas del mar nuestro futuro y el de nuestros hijos.

 Ven, no te me vayas, no me dejes tan solo en este mundo confuso, rebosado, lleno de marejadas.



Nota: este texto, encontrado entre mis apuntes de siempre, extrañamente no tiene la nota de la fuente, el autor o alguna seña de origen. Suelo tomarlas para entrecomillar, de ser el caso, o poder dar los créditos, en fin, hacer lo que corresponde. Por ello, si tengo la suerte de que alguien lo lea y se dé el prodigio de que además tenga el dato, estaré doblemente agradecido de que me lo haga saber.
Anticipadas gracias.



Caracas-Venezuela, octubre 2018.

Nicolás Baselice Wierman.
estudionico@gmail.com

@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice


viernes, 1 de julio de 2016

Vamos de lengua


No voy a decir que son mis años, que sí lo son, sino que me tocó vivirlos en tiempos de cambios rápidos y el lenguaje no escapa de ello. Si bien la tecnología es razón ineludible y obligante de muchos de esos cambios en designaciones nominales, también es verdad que nos plegamos a modas del hablar cotidiano, terminando por degenerar en mucho el lenguaje hasta comprometer la comunicación, que es su objetivo final.

Recuerdo de  pequeño que la unidad de servicio público de transporte individual se le llamaba carro libre y uno llamaba un libre si necesitaba ir rápidamente a alguna parte. El cambio de Libre al sofisticado vocablo Taxi es uno de mis primeros registros de esos cambios de denominación que parecía que nada lo justificaba. Quiero decir, que esos autos seguían siendo los mismos, operaban de la misma manera el negocio, etc, y sin embargo su nombre mutó.

Por el contrario hay otros que sobreviven a la evolución de su significado, claro, perdiendo su sentido original para convertirse en sustantivos casi puros. Película, sí, esa que vemos en cine o tv fue en su origen una película propiamente dicha, una cinta muy delgada de celuloide. Hoy en día ni en los cines usan celuloide, o películas, sin embargo las vemos, allí están, así se llaman… magia pura.
En los años 70 se dieron unas modas en el lenguaje, que por pretensiones intelectualoides, nos pusieron a hablar mal, pero nos sonaba tan “académico” y, por qué no decirlo, tan bonito. El sobreviviente dequeísmo es una de ellas.

No vamos a meternos hoy con la atropeyante  Neolengua que el régimen venezolano viene imponiendo a fuerza de repetición en una suerte de caricatura de la 1984 de Orwell. Solo que ésta transita de la demagogia a la ignorancia…

Esto es demasiado tentador. Permítame 
una digresión chismosa rapidito.
Hace unos días una funcionaria del régimen venezolano ordenó, por escrito, a sus subalternos directos, revisar las listas de los trabajadores firmantes por la revocación del presidente e “instarlos” a retirar sus firmas. Pero que lo hicieran con “discrecionalidad”. En el sentido del texto queda claro que intentaba decir discreción porque casi está escrito en letras más pequeñas.
Qué ironía, discreción que tiene que ver con la prudencia y la sensatez lo confunde con discrecionalidad (sustantivo que no aparece porque ya existe discreción) que tiene más que ver con la voz “A discreción” o con el “poder discrecional” que por el contrario se acerca, nada discretamente por cierto, a la idea del autoritarismo. Lo dicho, Neolengua por ignorancia.

Digresiones aparte (que no discreciones) quiero decir algo acerca de decir. Es tan fácil decir algo que no soportamos semejante simpleza. Es así como a la recepcionista, o en todo caso, el dependiente de cualquier servicio, al final del trámite se le oye “Me indica su nombre y número de carnet de identidad”…  repito, tan fácil que sería “Por favor (claro) me dice su nombre”

Indicar supone una acción mental de emisión y otra de recepción un tanto más compleja. Veamos. Decir es expresar algo con palabras, y solo eso, nada más. En cambio indicar es MOSTRAR algo con señales, gestos o palabras, y me dirán: ¿viste, viste? con palabras. Y es verdad, pero no me nieguen que decir es más sencillo, entonces eficiente y por eso bello. Particularmente definiría indicar con el inclusivo ”Y”, o sea, “Es mostrar algo con señales, gestos  Y  palabras.

Como dice un humorista español: no lo digo lo hago. He aquí una situación:

-Me indica su nombre y número de cédula. Dice la jovencísima funcionaria con una sonrisa técnica.

Y nuestra víctima de la zancadilla lingüística comienza a mover la cabeza buscando en el entorno las letras con la que pueda armar su nombre señalándolas en el orden de aparición para evitar predicciones, haciendo gestos de NO cuando el solicitante trata de adivinar como en los concursos españoles de refranes con ruleta, y finalmente soltando una interjección de alivio, de esas que antes se decían solo en la intimidad, porque logra el objetivo de indicar algo tan sencillo como el nombre y número de identidad.
                                                             Agotador, estresante.

Así, la nueva moda es sustituir palabras por otras que se suponen sinónimas, o mejor dicho, que las fuerzan a ello. ¿La razón? Parece que suenan más elegantes. Veamos.

Colocar por poner. Usted no escuchará el verbo poner en ningún programa de moda, diseño o emprendimiento, o de conductor Socialité como creo que le dicen a esa nueva profesión (?) lo que sí habrá, y mucho, son espectaculares por minuto. Si esta profesión se estudia deben pasar un semestre de teoría, laboratorio y taller de pronunciación de la palabra “Chic”. No usan la che sino una S larga y arrastrada hasta la C final, casi desapareciendo la I intercalada. Más o menos así: SsssssshiC.

Como decía, parece que el verbo poner es ordinario y de baja ralea (como la che). ¿Cuándo cayó en desgracia? No lo sé, podría haber ido en caída en paralelo inverso con la proliferación de nuestros diseñadores de moda y alta costura, junto con la industria del Miss Venezuela. Es una hipótesis.

Bueno, resulta que Poner tiene más de 20 acepciones y formas de uso entre las que está, taxativamente dicha, la de ponerse ropa (sí, ponérsela encima, vestirse). Por otro lado está colocar, que con unas cuatro entradas apenas, lo más que podríamos hacer con respecto a los trapos, es colocarlos en una gaveta, percha o algo así. Es curioso, pero entre las pocas acepciones de colocar está la expresión “colocado” equivalente a estar drogado. ¿Será esa la explicación? Uno se pone la ropa a menos que esté trono, en cuyo caso, ¿se la coloca?

En ese mismo ámbito está el pugilato entre hacer y realizar. Hacer, también con unas 20 formas de uso y acepciones tiene el reflexivo con el sentido de aparentar por lo que “hacerse el sifrino” no solo es válido sino que en este caso hace que la culebra se muerda la cola. En contraste, realizar nos da cuatro usos y, en tan estrecho abanico, va de uno tan específico y concreto como realizador cinematográfico a otro tan subjetivo como la realización personal, “realizar las propias aspiraciones”. 
¿Que puede genéricamente ser sinónimo de hacer? Sí, en tanto que se define como ”hacer algo real o efectivo” pero es más del ámbito subjetivo, místico, etéreo; además no deja de ser irónico que necesite del verbo hacer para definirse a sí mismo. Un ejemplo definitivo: entre las dos decenas de usos de hacer está, explícito, el referido a la deposición de excretas (escatología mediante) por lo que supongo que estos socialités  y sus seguidores (parejeros diría mi abuela) no hacen sino que realizan pupú.

Con barato y económico pasa otro tanto. Mi hipótesis es que vino con el ascenso social. A la mayoría de los de mi generación nos criaron comprado barato, pero al subir en la escala social lo barato queda atrás y cambia de nombre… ahora se llama económico. Eso sí, la intención y la categoría de los productos suelen ser las mismas de antes.

Habría por justicia que hacer una salvedad. Dada la situación venezolana después de 17 años de revolución en la que el 90% de la población empieza a pasar a las estadísticas de la pobreza en lapsos de semanas, los que van en retroceso de ese logrado ascenso social, hacen resistencia con lo que pueden y el lenguaje también puede ser una trinchera.

Barato, con significado tan directo como “que se compra o vende a bajo precio o por un precio menor a lo esperable” o, más subjetivamente, casi moral “lo conseguido con poco esfuerzo” y su colectiva derivación femenina, la barata, que viene a ser la venta de garaje que siempre será de cosas de bajo precio pero todas juntitas, se enfrenta a Económico que, sí, ciertamente es poco costoso pero su espacio natural es el de la economía como disciplina, tan es así que dos productos aparentemente iguales podrían tener diferente costo y el menor será siempre el más barato mientras que el de mayor precio podría ser el más económico. Económico implica una cierta complejidad de relación calidad-precio que lo hace, no solo un término relativo, sino muy subjetivo. A lo mejor por eso suena tan exquisito preferir el uso de económico cuando se quiere comprar barato. A mí me parece un complejo de falsa sinonimia.

Antes de pasar a la otra orilla, encontramos Caro, de precio elevado pero también como querido y amado: Caro amigo. Pero costoso, que cuesta mucho, tiene un ámbito más impreciso, casi etéreo. Volvemos de nuevo a lo concreto y lo subjetivo. Despachemos rápido con este ejemplo: Cuesta mucho trabajo conseguir el dinero para comprar barato. Ya lo dijo el poeta: No es lo mismo valor y precio. No sé si me explico.






Nada tan memorable como los adjetivos y entre ellos, los calificativos. Me encantan, son tentadores, uno escribe apasionadamente y llena aquello de adjetivos… luego revisa, limpia, los desaparece casi en su totalidad y queda, como dice mi maestra,  lo sustantivo. No es gratuita la metáfora de lo sustantivo, lo sustancial como lo importante, contrastado con lo adjetivo, lo prescindible. Lo que pasa es que el adjetivo solo aparece si antes está el sustantivo al que se refiere. Cuando se dice hermoso (?) uno queda como cuando en la música nos dan un acorde de quinta y quedamos esperando la tónica, dicho de otra manera quedamos jajando, como dice mi mujer (no voy a contar en qué contexto) Pero si se dice: rostro hermoso, ah, qué alivio, sabemos a qué se refiere, imaginamos el rostro o sencillamente discrepamos, porque además                                                                                           de prescindible, el adjetivo suele ser subjetivo.

La moda de hoy pretende confundir los espacios de mis amados y humildes adjetivos con los del prepotente adverbio (esta adjetivación es una pequeña venganza). Digo prepotente porque el adverbio modifica al verbo, puede modificar adjetivos y, he aquí la suma prepotencia, puede modificar otros adverbios. Son ganas de buscarle problemas al adjetivo metiéndolo a la fuerza en el sitio del adverbio, sabiendo de lo que es capaz este malandro.

A ver, pidamos un beso. Bésame, listo. Pues no, soy un besado exigente y pido cómo: Bésame –más adverbio- dulcemente. Todos nos imaginamos entonces un beso más largo, menos sonoro, en fin, un beso dulce. Uno no dice Bésame dulce, a menos que como en el chiste de Losher, ella se llame “Durce, con L”… Pues así se dice ahora por allí. Hasta una canción muy vendedora suena en la radio y otros aipods: Bésame espectacular. Así oímos “te felicito, lo resolviste sensacional” o “Guao, ese caso lo llevas increíble”. Éste lo acabo de oír mientras escribo: “Con su emprendimiento le ha ido estupendo”.

Ciertamente existe la adjetivación del adverbio, que amén de expandir  su mencionada prepotencia, no alcanza a los casos mencionados. Para seguir con lo del beso, que me va gustando, adjetivado sería:  Bésame así… y no más.

Mi compadre aconseja, en otros términos más procaces, “Si quiere beso, pida beso, si pide permiso  no le darán beso”; o mejor según Oscar Wilde: ten cuidado con lo que pidas (desees) porque se te puede cumplir… ¿La escena? Se la tengo:

¡Bésame espectacular! Pide un hombre ante el kiosco de venta de besos profondos.

Y el señor del sonido de la feria  de La Chinita llama al micrófono y aparece un sujeto típico cantante de gaita zuliana, con barriga cervecera,  la franela enrollada a la altura del esternón dejando al fresco parte de sus casi 150 kilogramos de humanidad, con los labios gordos y arruchaditos, buscando a quién besar. Era el popular Espectacular Montiel Urdaneta, oriundo de la zona*.

Ver, visualizar y revisar.
Con ver y visualizar sucede lo ya descrito arriba en otros casos. Parece más elegante decir visualizar que ver, que en su sentido más básico es “percibir con los ojos” directo y sencillo. En todas sus acepciones incluidas las metafóricas y casi metafísicas, nunca sustituye el significado de visualizar, ni viceversa. Visualizar tiene dos usos muy específicos, uno que mediante gráficas y otros recursos tangibles permita entender (visualizar) fenómenos de otro carácter, y el que más me interesa, que es el otro, el que habla de formar en la mente una imagen de algo abstracto. Esto pone de bulto la contradicción de que para visualizar habría, casi, que cerrar los ojos, mientras que para ver habría que tenerlos muy abiertos.

Pero entre estas derivaciones arbitrarias, aquí en Venezuela, se sustituye ver por visualizar cuando se quiere decir Revisar. Atentado a tres bandas.
Nos hemos acostumbrados a ser tratados como sospechosos habituales. Si desea entrar a un local comercial no lo podrá hacer si lleva un bolso con usted. La razón es obvia, podría ser un ladrón. La verdad es que la empresa comercial debería tener los recursos para evitar esos hurtos, que ciertamente suceden, sin molestar a la clientela. Entre nosotros el único recurso es un papel malamente escrito a mano y pegado de peor manera, que reza: “Se visualizan los bolsos a la salida”.

En alguna oportunidad a la salida de uno de estos comercios un vigilante me instó a abrir el bolso para “visualizarlo” a lo que, entre irónico y pedante, a sabiendas de que no me escucharía sino como un ruido más del ambiente, le dije:

-Para visualizar el bolso tendría que cerrar los ojitos. Usted quiere que lo abra para ver el interior no para visualizarlo.

A lo que me respondió muy convincentemente:

-No tengo autoridad legal para revisarlo, por eso lo visualizamos.

En fin…

Después del lobby de Batman por la aceptación de Murciégalo de la RAE, la lingüística debería considerar esta particular forma de Derivación sinonímica forzada y extrema del habla cotidiana.


Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice

Caracas, Junio 2016.

viernes, 2 de octubre de 2015

Compartir un compartir

Me pregunto cuál es el acto de alquimia gramatical que permite convertir un sustantivo por un verbo en infinitivo.
Mi nieta, que apenas tiene cinco años, mantiene una agenda que me luce apretadísima para su corta edad: se la pasa entre un compartir y otro.

-¿Cómo que un compartir? ¿Qué es eso? Le pregunto a su madre.
-Bueno, se reúnen en algún sitio y juegan, bailan… en fin, comparten. Aclara ella con la naturalidad equivalente a mi descubrimiento.
-Ah, una fiesta, una reunioncita… o sea que van a compartir un rato. Explico para mí.
-Sí, claro. (Esta vez sonó a “Claro idiota”)

Presumo que la palabra original que dio pie a la expresión “vamos a un compartir” es departir. Solíamos decir: Veámonos para departir un rato. Eso equivalía a vamos a encontrarnos y pasemos un rato conversando. Sería como el clásico “a ver si nos tomamos un café” que es igual a “nos reunimos y compartimos un café mientras departimos”.

Entiendo la lengua como un organismo vivo en plena evolución y crecimiento, pero no puedo dejar de sentir cierto escozor cuando se les va torciendo el cuello a palabras de exacto significado para sustituirlas por otras que suenan de forma parecida. Es el caso de asumir y presumir, por ejemplo.
A mi entender, decir “Vamos a un compartir” es como ir a una lectura dramatizada y anunciar “Voy a un leer”, o participar en un conversatorio y declarar “qué bueno estuvo ese conversar”.
Por lo tanto, no es que el habla popular no pueda generar términos y formas nuevas, sino que por el contrario, ha dado muestras de mantener la lógica del idioma que al final es un código de comunicación, y código sin reglas no es código, es decir, no habría comunicación.

Una expresión tan nuestra como: “muy buena está la conversa, pero me tengo que ir” cambia la palabra conversación por el apócope conversa pero mantiene su condición de sustantivo. Muy bien. Aun el haiga, tan denostado, mantiene la lógica de conjugación, solo que la perversión de nuestras lenguas romances de pronto meten unos verbos inconjugables a primera vista, que estoy seguro de que están allí para los exámenes de alto nivel de personas que las estudian como segunda lengua.

El escritor debería conocer todas las maneras coloquiales del idioma, barbarismos incluidos, porque podrían convertirse en voces de sus personajes. Lo que no debería permitirse es su utilización cotidiana y, mucho menos en ensayos y textos con voz propia. En fin, que debería cuidar su principal herramienta de trabajo y materia prima: el idioma.


De tal manera que sí, nos seguimos entendiendo. 
          La pregunta es 
                          ¿Hasta cuándo?


Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice
Octubre de 2015.

viernes, 29 de marzo de 2013

Te doy mi palabra.

Palabra por palabra, para ti y desde ti.


Lo nuestro ha sido como los matrimonios arreglados desde la infancia que aún hoy persisten en algunas culturas. Mi abuela se jactaba de haberme enseñado a leer desde los cinco años y mostraba un papelito donde yo le había copiado la letra completa de El Relicario, canción que cantaba, según ella, Pedrito Rico, una suerte de Boy George español de la época del blanco y negro. No tengo conciencia en la memoria de ello pero hay un documento que lo certifica… el papelito. Y desde entonces supe que, de solo oirte, podía dibujarte.




Lo cierto es que, como todo enamoramiento serio, creció desde la admiración y se expresa con respeto y complicidad.

A través de los años y desde la irrupción de las hormonas te utilicé para atraer o despedir mujeres que creí amar sin darme cuenta de que siempre estabas tú, y a través de ti la cosa prosperaba o no. Me recuerdo entre lágrimas, viendo a una de ellas que se largaba y vaciando un closet dijo “estos álbuNes son míos”… Esos “álbuNes” con esa sonora N puesta en evidencia por el plural, trocó el guayabo en decepción, secó las lágrimas y se convirtió en Nada que, por cierto, sí se escribe con N.

Y la vida continuó, y tú siempre presente, aunque ellas estuvieran, en esos aires adúlteros, pero sobre todo, llenando esos vacíos en los que ellas, las otras, no estaban.
Aprendí a quererte con tus contradicciones internas que las tienes como toda hembra que se respete. Me encanta cómo te debates en esas voces indígenas tan de moda en estos tiempos: Waraira Repano, Wayu, Warao, escritas con esa “W” nuestra tan foránea pero tan endógena. Esa “W” que usada en esos nombres, y valga la paradoja, es de pronunciación sajona perfecta entre nosotros.

Siempre generosa nos inventaste la letra eñe, para que la usáramos sonoramente y con efusividad cuando se hiciera necesario. Nos la diste de regalo con ese moño hermoso en la cabeza, de nombre tan castizo que malagradecidamente nadie recuerda.

Todos te usan, pero hoy pocos te respetan al grado de que muchos te atropellan, te abusan. Y qué decir de los que te convierten en mentira para engañar mayorías.
Hoy quiero que te quieran y a la fecha me he convertido en un defensor de tu integridad. En el metro oigo a los liceístas quienes de haberlo sabido “fuéramos venido antes”. Como viejito entrometido los corrijo y les explico que hablar mal es como hacerlo con la boca llena. Los rechazarán en la entrevista de trabajo así como tampoco les aceptarán la siguiente cita amorosa y nunca se enterarán porqué.

Contra los bancos, la cibernética y el snobismo de siempre tenemos que frenar innecesarios verbos como aperturar o accesar. Es duro pero cuando les digo que tendremos, más temprano que tarde, que aceptar aperturamentamientos y accesamentares, entienden que eres bella y no necesitas de cirugías con mala praxis.

El momento político nacional ha hecho de la nuestra, una relación de amor militante, comprometido. Yo que no soy político profesional y que ya no estoy, aunque quisiera, para marchas de protesta “sin retorno”, busco mi terreno de resistencia y lo encuentro en  ti, la palabra. Pido en público no repetir las que el poder mal usa con carga deformadora y alienante como escuálido, pírrico, o esos femeninos demagógicos engordadores que implotan tu hermoso cuerpo; ni el estribillo coral de palabras que a gritos las vacían de contenido como socialismo, izquierda, democracia o libertad. En la tradición de Orwell, el poder siempre trató de hacerte instrumento de dominación y convertirte en neolengua “el único idioma que no sólo no crece sino que se acorta” que limita el pensamiento. Por eso, parafraseando al poeta, hoy la lengua es nuestro único lecho.

Hay veces que en delirios imaginativos te veo reinando como cuando le quito la imagen a la televisión y, oh sorpresa, casi invento la radio. Eres tan comienzo y final que contigo se puede cantar a la vida o despedirse de ella. Eso me lo contó el suicida por cierto.

Sin ti los conversadores de la Mastretta no existirían, tampoco los experimentos juguetones de Rayuela, ¡Ave Cortázar!, ni habría cómo contar el realismo mágico tan preñado de mariposas amarillas. No tendríamos la cotidianidad divertida de @CorreodelGuaire donde navega el Chunior de Emilio. Todos dan cuenta de tu omnipresencia y te aman a su manera. Pero yo, como amante clásico de poema barato, soy el que más te ama.

Y no sé si te amo por solidaria, sería una razón más, porque siempre estuviste allí. Me acompañaste a despedir a papá “dejando correr sus cenizas en el río” a bienvenir a mi nieta, la primera descendencia mujer en años que trajo en la piel “un rosado tal que hubo que agregarlo a la paleta porque nació ese día con ella” y a desear enamorado “una casa sin rejas donde se perpetre con impunidad el delito de sus piernas”… Por eso, ante la trillada elocuencia de una imagen versus las mil palabras, siempre escogeré las palabras porque con ellas, ordenándolas de diferente manera, cambiando de sitio comas y puntos e intercambiando sustantivos podría describir muchas, muchas otras imágenes. De hecho, hoy en día hay místicos cibernéticoposmodernos que creen que se puede tumbar gobiernos con sólo 140 caracteres.

Acariciarte en mis escribires y saberte al borde del climax va siendo mi mejor experiencia de vida.

Siempre en ti,

                    Nicolás, tu otro amante.

PD: ¡Ah! y la prueba es que esta carta, hasta aquí, solo tiene 929 palabras.


Nicolás Baselice Wierman.
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Marzo 2013.

miércoles, 25 de abril de 2012

Lengua: memoria, costumbre y maña.


“Celebramos el 90 aniversario de nuestra organización…” Esta expresión la leemos y la escuchamos con la naturalidad con que deberíamos entonces aceptar algo como: ¿Cuándo vienes ti?
Así vemos en cualquier aviso del Ministerio de la Defensa “El 24 batallón…” ¿Será un problema matemático? A ver, si nos vamos por ese lado sabemos (?) que existen los números ordinales que ordenan lo que adjetivan. Por ejemplo el quinto batallón es el que está después del número cuatro. Reconozcamos que decir primero, quinto, décimo es sencillo pero leer el número ordinal correspondiente al 155 y decir a primera vista centésimo quincuagésimo quinto, podría comenzar a ser un poco más complicado. ¿No quiere aprender a leer números ordinales porque eso es como castellano antiguo? Muy bien, pero tampoco desbarate el castellano moderno. Invierta disléxicamente la expresión y diga “Celebramos el aniversario 90 de nuestra organización…” o “El batallón 24 de artillería” y listo ¿Ve qué fácil?

¿Más matemática literaria? Se la tengo. Doceavo por duodécimo. De nuevo la víctima es el número ordinal. Conocido como duodécimo o décimo segundo pareciera el bobo de la familia de quien nadie quiere acordarse, de quien nadie habla y nos empeñamos en desmembrar una posición número doce, en pedazos, porque doceavo (y sus “avos” similares) son frac-cio-nes o sea, pe-da-ci-tos. Y en este caso es uno de doce trozos.

Quería hablar de gramatisex (si existe el cyber sex)  tomando como ejemplo la confusión de género de algunos sustantivos y pretendía usar el caso de  Azúcar, sustantivo que siempre creí femenino y que se antecedía con el artículo en masculino para evitar la cacofonía y entonces decíamos: El Azúcar.
Por todo esto, cuando leo u oigo “Azúcar moreno” o “Azúcar oscuro o quemado” pienso en confusiones sexuales. Pero en este mismo instante estoy descubriendo que azúcar es  tan masculino como femenino y el diagnóstico técnico es “Ambigüedad en cuanto al género” o sea, a un paso de la bisexualidad… en fin!
En lo que no hay ambigüedad alguna es en la imagen de indudable feminidad que produce en nuestras mentes los términos actriz y emperatriz sin embargo los repuestos y los talleres nos gusta calificarlos de automotrices (Mi no entienda).

Pero sigamos con confusiones, la mayoría de las personas asumen cuando realmente presumen. Se oye: “yo asumo que ella debe llegar mañana” esta persona está haciendo una conjetura por lo que, entonces, realmente “presume que ella debe llegar mañana”. Cuando se asume algo, se toma responsabilidad sobre ello, mientras que cuando se presume se supone, se conjetura. Usted sabrá.
Acordarse y recordarse. Uno se acuerda de algo y se recuerda (reflexivo) cuando lo hace de sí mismo. Decir entonces, “Yo me recuerdo de ti” es, como decía Cervantes… CHIMBO!

Pero en materia de confusión, me da ternura la gente que usa biombo por bombo y dicen: ¡vuelta y vuelta al biombo! Cosa inaudita en un país con nuestra tradición de jugadores de lotería.
Aunque redundar es un valor literario, hacerlo sin darse cuenta suena divertido. Escuchar  decir “incluyendo incluso” o “incluye inclusive” es tan común que nadie voltea hacia los lados. Pero la reina aquí es: “Dirigirse directamente…” ya parece que fuera obligatorio que aparezcan ambas palabras en la misma oración.
Claro que cuidarse en exceso de redundar puede convertirse en una patología del tipo persecutoria que nos hace ver una en cualquier parte. Creo que de esto sufría un locutor de radio, y juro que esto es cierto, a quien escuché decir: “…dirigidos hacia Asia… valga la redundancia.”

Decía mi admirada Milagro Socorro que hay personas que parece que tuvieran un lenguaje de “salir” y otro para “andar en casa”. Son aquellos quienes dicen, por ejemplo, visualizar por ver, como si significaran lo mismo. En alguna tiendas se lee “Se visualizarán los bolsos de los clientes a la salida” aquí es peor porque, amén de la falta de respeto que supone, se usa como sinónimo de revisar.


Desde la tecnología digital nos ataca el “accesar” y ya casi nadie accede, tanto es así que hay personas que accesan a la educación superior y salen de ella preparados para “aperturar” su empresa propia. A este paso en unos años tendremos “aperturamiento” y seguidamente con el verbo correspondiente, la posibilidad de aperturamentar el accesamiento. Si quiere ríase, pero no lo pare y terminará llorando e incomprendido. Hay que detener este derivatorio de sustantivos a verbos en cascada.




Hay frases que pasan de generación en generación y se mantiene aunque se desprendan de su fuente original perdiendo su lógica y casi su sentido y sin embargo comunican. Cosas de los organismos vivos como el idioma.
Cuando en Venezuela alguien dice: “Esa es la pregunta de las 50 mil lochas” todo el mundo entiende que ésa, no tiene respuesta, es un enigma, en fin, es difícil. Lo que la mayoría no acierta jamás es la cifra, en este caso 50 mil, pero siempre se oye millares de lochas diferentes.
La expresión viene de un programa de concursos de televisión de la época del pleistoceno temprano, si ustedes quieren, pero en todo caso antecesor del Quién quiere ser Millonario de hoy. En aquel programa se concursaba por un gran premio de 8 mil bolívares, que para que sonara gordo se traducía a lochas. Esa moneda, reeditada absurdamente con los bolívares fuertes, era como hoy, la octava parte de un bolívar. Y entonces 8 mil bolívares multiplicado por 8 lochas resultaba un premio de 64 mil lochas.
¡Por una cuestión de tradición, por la alpargata de mota y contra la globalización! Por favor digan “La pregunta de las 64 mil lochas.

Cuando se calificaba algo de ser “pico y pala” se hablaba de lo muy ordinario que era, supongo que por lo básico de esas herramientas.
Cuando alguien peleaba con otro, se decía: “Se guindaron de pico y pata” presumo  que haciendo alusión a la manera de los gallos de pelea que se dan con los picos y con las espuelas de las patas.
Como en la fusión musical tan en boga, se fusionan ambas expresiones y se oye decir de las peleas: “Esos están guindados de pico y pala”… Pero en esa pelea yo sí que no me meto.

Escuchamos en la radio cosas como: “… En el próximo negro seguiremos con nuestro invitado” cuando se habla del siguiente segmento luego del espacio de comerciales y música.
La expresión está invertida con respecto a su sentido original. Ella proviene de la televisión y se llamaba “negro” justo al espacio de los comerciales que no al segmento de programa al aire. Y era  porque el monitor del estudio, durante los comerciales se ponía en pantalla negra hasta el regreso del programa. Por eso se decía: “Después del próximo negro tendremos el segmento final de nuestro programa”. Pregunte usted a cualquier locutor porqué llama negro a ese segmento y no tendrá una respuesta convincente.
Y por último tenemos los eufemismos y lugares comunes pero creo que las condiciones objetivas necesarias para la concentración intelectual no están dadas en este momento histórico, o sea: ya tengo sueño… nos vemos.

Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice
Abril de 2012.


jueves, 12 de enero de 2012

La endógena W indígena

A l grito de ¡STOP! todos detienen la escritura, y comparan las palabras seleccionadas. Se eliminaban las repetidas y sólo contaban las únicas. Ese entrañable juego que disfrutábamos en una inocente acción de aprendizaje y ejercicio del vocabulario era nuestro primigenio “Quién quiere ser millonario” barato como sólo él, con lápiz y papel bastaba.
Hoy pienso que no deja de ser una paradoja que el nombre fuera una voz inglesa y a la hora de escoger la letra de la vuelta a jugar siempre se eliminaban la X tan dura para frutas y países por ejemplo pero sobre todo la W donde todos nos quedábamos pegados y el argumento era justamente que no jugábamos en inglés.
Revisamos el Pequeño Larouse 2010  y abriendo al azar encontramos  106 páginas para la letra A, 44 y 94 para la B y la P respectivamente y 139 páginas para las entradas de la letra C. Para la U y la V 9 y 28 páginas. Pero la W ocupa efectivamente una sola y le gana la X con sólo 2 tercios de página junto con el grupo de las de menor presencia con la Y y la Z  con 3 y 5 páginas asignadas a sus entradas.
En el caso particular de la W hay 55 entradas y sólo dos de ellas se refieren a indoamérica, el resto o están en uso directo de su origen inglés o alemán y en todo caso derivadas de nombres célebres  convirtiéndose en adjetivos como “wagneriano” (Que, por cierto se pronuncia Vagneriano y no Uagneriano)
Llama la atención en estos tiempos de guerra contra los Imperios pasados y presentes, de endogenismo, autoctonismo y expresiones de reconocimiento de “culturas y pueblos originarios” que en la mayoría de las denominaciones traídas de las voces indígenas los sonidos se filtren a través del inglés y no del español castellano que fue nuestra “primera colonización”. Hay un segundo descubrimiento después del de Colón que fue hecho por goteo mediante expediciones de diferentes intereses, algunos hasta sanamente científicos, que dejaban registro de sus hallazgos y que transcribían los sonidos descubiertos según sus fonéticas propias. Investigaciones y descubrimientos cuyos registros pasaban a centros de acopio llámense bibliotecas, archivos, centros de estudios y que posteriormente vuelven a nosotros y los consumimos con la naturalidad que impone el mestizaje.
Recuerdo que a la caída del Sha de Irán y el ascenso al poder del Ayatola Jomeini en 1979 los despachos internacionales reportaban así: Ayatolah Khomeini … por lo que nosotros hablábamos de Comeini y era que esa J explosiva del principio no la tienen los norteamericanos en su fonética y la construían con la H como en “house” pero como era más fuerte le anteponían la K para la explosión sonora y nosotros la simplificábamos en CO porque nuestra H es muda. (Que viva You Tube e internet que nos da imagen y sonido al instante)
Denominaciones como Warao y Wayú, la misma Waraira Repano  escritas así con W mayúscula tan gringa e imperialista las decimos y nos sentimos tan autóctonos y dignos que casi borramos los 500 y tantos años de historia transcurrida desde que llegó el idioma y arrasó con los dialectos.
Particularmente pienso que el mestizaje es vanguardia, enriquecimiento y evolución mientras que los sistemas cerrados son conservadores y en algunos casos hasta contranatura que si no retroceso, producen estancamiento.
Pretender borrar la historia, volver al origen y renegar de lo que, para bien o para mal somos hoy, es un absurdo por imposible.
Conmemoramos el día del descubrimiento de América derribando la estatua de Colón pero celebramos oficialmente la Navidad con nacimientos al tiempo que se proscribe el “arbolito” porque es expresión del Imperio (Del americano porque el nacimiento es del otro, el español).
Desde una iglesia católica se puede despotricar en perfecto castellano de la penetración cultural al tiempo de asumirnos como píos creyentes practicantes cuando la coherencia llama al politeísmo originario en legua indígena.
Somos una sociedad que mi abuela llamaría novelera y parejera, en lenguaje de hoy eclécticos furibundos. Tenemos Noche de Brujas antes de entrar en esa temporada navideña en cuya mesa ya no caben los platos “típicos” desde la hallaca hasta el panetone pasando por las lentejas y otros etcéteras. Días antes del 24 de diciembre celebramos y ritualizamos el espíritu de la Navidad que por cierto la Iglesia Católica no acepta. El perentorio tiempo entre 5 para las doce y las doce y 5 no alcanza ya para todos los ritos auspiciosos por el año que comienza. En pocos años habrá en el cielo de noche vieja tantos cohetes y fuegos artificiales como globos de los deseos.
No, no es posible dejar de ser lo que somos como consecuencia del proceso histórico cambiando la historia, en todo caso cambiando desde el presente y hacia adelante y ese pasado siempre será un insumo más. Cuando este criterio de volver al cero se aplica entonces en la economía, la ecología y en la cultura por decir tres ámbitos, el resultado son listas de buenas intenciones tiernamente utópicas pero sólo eso.
Particularmente no puedo dejar de ser  como peón de negras calvo, chiquito y cabezón con una abuela de la tribu Guanire y dos apellidos de regiones diferentes de Europa, desayunar todos los días con arepa excepto los primeros de enero que lo hago con Panetone, mazapán y café latte.



Auf Wiedersehen.


Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice
Caracas - Enero 2012.

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