Escuchaba una de estas mañanas en la radio una entrevista a
dos de nuestros humoristas. Él de teatro y televisión, actor y guionista. Ella
caricaturista de uno de nuestro diarios impresos más antiguos, si no el más
antiguo. Ambos, en tanto personajes públicos que trabajan con la actualidad,
son generadores de opinión. En este momento un buen número de personas como
ellos están siendo acosados por grupos identificados con el Gobierno Nacional y
su corriente política. El acoso en cuestión es a través de llamadas
telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos en forma masiva y a toda
hora tras la publicación de sus números y direcciones, violando la intimidad e invitando a sus adeptos
a hacer semejante cosa. Disuación forzosa, terrorismo, amedrentamiento…
califíquelo usted.
Rayma Suprani, que es como se llama nuestra caricaturista de
la entrevista, dijo una frase interesante: “no hay fascistas”, y agregaba,
“después de la Segunda Guerra Mundial no encuentras un fascista en ninguna
parte”, y es cierto nadie se asume como tal.
La palabra fascista se convirtió después de la guerra en una
mala palabra, de hecho se utiliza como insulto y descalificación política, pero
qué curioso, siempre el fascista es el otro.
En 1967, a escasos 22 años del fin de la Segunda Guerra
Mundial, en el Cubberley High School de Palo Alto, California en los Estados
Unidos se llevó a cabo un experimento dirigido por el profesor Ron Jones. El experimento denominado LA Tercera
Ola en dinámica de taller perseguía la conformación de una sociedad autocrática "a escala" y a partir de ella explicar el desarrollo del fascismo en Alemania.
Como todo comienzo de curso generó entusiasmo, indiferencias y antipatías con
respecto al tema y la dinámica planteada. Entre los rechazos resaltaba el
argumento según el cual no tenía mucho sentido hacerlo porque era claro que el
fascismo estaba
abolido y no era posible
que se repitiera semejante
absurdo histórico.
A partir de
conceptos como disciplina, verticalidad, superioridad y reconocimiento, en
apenas una semana se conformó un grupo de legítima factura fascista, ciegos
ante la orden superior y ya fuera de
control de su líder. Se había perdido la frontera entre la realidad y el
experimento.
Esta anécdota, si es
que se puede llamar así, dio pie a una novela de título La Ola, pasó a ser un
musical y más recientemente se convitió en película, que por ser de producción
alemana, se conoció como Die Welle. Por cierto en Venezuela se hizo obra de
teatro con la adaptación y montaje del grupo Skena desde el año 2010.
Si bien es cierto
que el desenlace de la historia real no es fatal y sangriento como la obra de
ficción que la cuenta, también es verdad la posibilidad de que así lo fuera en
vista del descontrol y fanatismo alcanzado
en el experimento según dicen sus
protagonistas originales.Se dieron cuenta entonces de que el fascismo
como que no estaba tan abolido.
En Venezuela, desde
hace casi tres lustros, la palabra fascista se viene utilizando con mucha
frecuencia. Los seguidores del Gobierno usan el apelativo contra los grupos
políticos que ellos llaman de derecha de una manera casi clásica y de
simplificación maniquea. Pero los que se autoproclaman como de izquierda y
desde el Gobierno son los que usan las formas del fascismo en sus actuares
públicos.
El caso de acoso
comentado al principio, ejercido desde el anonimato y certeza de impunidad, la
prohibición de presentar una obra en formato de monólogo de una actriz
venezolana en un hotel manejado por el Gobierno Nacional llegando al extremo de
ni siquiera permitir el alojamiento de la actriz en calidad de huesped por no estar
de acuerdo con el Gobierno, el asalto de encapuchados con bombas lacrimógenas, autoidentificados
como seguidores de la política oficialista, en el Aula Magna de la Universidad
Central de Venezuela donde se reunían más de dos mil personas para presenciar,
justamente, el monólogo de la actriz en cuestión son hechos de clara
inspiración fascista.
Es curioso que un
gobierno que se jacta de ser inclusivo, que ha eliminado la palabra Conserje
porque “es sinónimo de esclavo” , que
por decreto prohibe la utilización del
calificativo descriptivo Negro para personas de ese color y debe ser
sustituido por el eufemismo “afrodescendiente”,
que es capaz de ordenar la exhibición de un cartel de 80 por 50 cm. en los
sitios públicos que reza algo como “está
prohibida la prohibición de negar entrada a gente de color”, es curioso
decía, que ese mismo Gobierno genere sus propios Ghettos. Hoteles y salas donde
te puedes alojar o presentar sólo si piensas como el Gobierno quiere. Empresas
de Estado en la que puedes trabajar, sí y sólo sí te pliegas a la línea de
pensamiento oficial. Hasta la estética de los actos oficiales es de inspiración
fascista. Casi de orden cerrado, uniforme y brazaletes.
Esta contradicción
me luce ingenua. Si ciertamente la acción en sí misma es consciente, al no
reconocerse como facistas me hace pensar que en conjunto conforman los
instintos básicos del que, aún siéndolo, no sabe que lo es. ¿Algo así como un fascista intuitivo?
Ya son muchos años
de esta manera de hacer política en Venezuela: discriminación, división,
disuación política por la fuerza, el exacerbado “rojo rojito” que en su versión uniforme, hace de sus seguidores
una suerte de ejército de ocupación que atemoriza. Similares síntomas se veían
en las calles de la Italia de Mussolini, de la España de Franco y de la
Alemania Nazi y hoy conocemos el devenir de esas historias.
Sarcasmo puro |
Mañana 14 de abril
volvemos a las urnas electorales que, después del 7 de octubre, tiene sabor a
segunda vuelta. Si nos ajustamos a las declaraciones en primera persona, como
dijo Rayma: "los fascistas no existen"… pero la evidencia dice que el Fascismo
está vivo y parece contagioso.
En eso pienso hoy
antes de votar mañana.
Nicolás Baselice
Wierman.
Caracas, abril 2013.