No voy a decir que son mis años, que sí lo son, sino que me tocó vivirlos en tiempos de cambios rápidos y el lenguaje no escapa de ello. Si bien la tecnología es razón ineludible y obligante de muchos de esos cambios en designaciones nominales, también es verdad que nos plegamos a modas del hablar cotidiano, terminando por degenerar en mucho el lenguaje hasta comprometer la comunicación, que es su objetivo final.
Recuerdo de pequeño que la unidad de servicio público de
transporte individual se le llamaba carro libre y uno llamaba un libre si necesitaba ir rápidamente a alguna parte. El
cambio de Libre al sofisticado
vocablo Taxi es uno de mis primeros
registros de esos cambios de denominación que parecía que nada lo justificaba.
Quiero decir, que esos autos seguían siendo los mismos, operaban de la misma
manera el negocio, etc, y sin embargo su nombre mutó.
Por el contrario
hay otros que sobreviven a la evolución de su significado, claro, perdiendo su sentido
original para convertirse en sustantivos casi puros. Película, sí, esa que
vemos en cine o tv fue en su origen una película propiamente dicha, una cinta
muy delgada de celuloide. Hoy en día ni en los cines usan celuloide, o
películas, sin embargo las vemos, allí están, así se llaman… magia pura.
En los años 70 se
dieron unas modas en el lenguaje, que por pretensiones intelectualoides, nos
pusieron a hablar mal, pero nos sonaba tan “académico” y, por qué no decirlo,
tan bonito. El sobreviviente dequeísmo es una de ellas.
No vamos a
meternos hoy con la atropeyante
Neolengua que el régimen venezolano viene imponiendo a fuerza de
repetición en una suerte de caricatura de la 1984 de Orwell. Solo que ésta transita
de la demagogia a la ignorancia…
Esto es demasiado
tentador. Permítame
una digresión chismosa rapidito.
una digresión chismosa rapidito.
Hace unos días
una funcionaria del régimen venezolano ordenó, por escrito, a sus subalternos
directos, revisar las listas de los trabajadores firmantes por la revocación del
presidente e “instarlos” a retirar sus firmas. Pero que lo hicieran con “discrecionalidad”.
En el sentido del texto queda claro que intentaba decir discreción porque casi
está escrito en letras más pequeñas.
Qué ironía,
discreción que tiene que ver con la prudencia y la sensatez lo confunde con
discrecionalidad (sustantivo que no aparece porque ya existe discreción) que
tiene más que ver con la voz “A discreción” o con el “poder discrecional” que
por el contrario se acerca, nada discretamente por cierto, a la idea del
autoritarismo. Lo dicho, Neolengua por ignorancia.
Digresiones
aparte (que no discreciones) quiero decir algo acerca de decir. Es tan fácil decir algo que no soportamos semejante simpleza.
Es así como a la recepcionista, o en todo caso, el dependiente de cualquier
servicio, al final del trámite se le oye “Me indica su nombre y número de
carnet de identidad”… repito, tan fácil
que sería “Por favor (claro) me dice su nombre”
Indicar supone una acción mental de emisión y otra de recepción un tanto más
compleja. Veamos. Decir es expresar
algo con palabras, y solo eso, nada más. En cambio indicar es MOSTRAR algo con señales, gestos o palabras, y me dirán:
¿viste, viste? con palabras. Y es verdad, pero no me nieguen que decir es más
sencillo, entonces eficiente y por eso bello. Particularmente definiría indicar
con el inclusivo ”Y”, o sea, “Es mostrar algo con señales, gestos Y palabras.
Como dice un
humorista español: no lo digo lo hago. He aquí una situación:
Y nuestra víctima
de la zancadilla lingüística comienza a mover la cabeza buscando en el entorno
las letras con la que pueda armar su nombre señalándolas en el orden de
aparición para evitar predicciones, haciendo gestos de NO cuando el solicitante
trata de adivinar como en los concursos españoles de refranes con ruleta, y
finalmente soltando una interjección de alivio, de esas que antes se decían
solo en la intimidad, porque logra el objetivo de indicar algo tan sencillo
como el nombre y número de identidad.
Agotador,
estresante.
Así, la nueva
moda es sustituir palabras por otras que se suponen sinónimas, o mejor dicho, que
las fuerzan a ello. ¿La razón? Parece que suenan más elegantes. Veamos.
Colocar por
poner. Usted no escuchará el verbo poner
en ningún programa de moda, diseño o emprendimiento, o de conductor Socialité
como creo que le dicen a esa nueva profesión (?) lo que sí habrá, y mucho, son espectaculares por minuto. Si esta
profesión se estudia deben pasar un semestre de teoría, laboratorio y taller de
pronunciación de la palabra “Chic”. No usan la che sino una S larga y
arrastrada hasta la C final, casi desapareciendo la I intercalada. Más o menos
así: SsssssshiC.
Como decía,
parece que el verbo poner es ordinario
y de baja ralea (como la che). ¿Cuándo cayó en desgracia? No lo sé, podría
haber ido en caída en paralelo inverso con la proliferación de nuestros
diseñadores de moda y alta costura, junto con la industria del Miss Venezuela.
Es una hipótesis.
Bueno, resulta
que Poner tiene más de 20 acepciones
y formas de uso entre las que está, taxativamente dicha, la de ponerse ropa
(sí, ponérsela encima, vestirse). Por otro lado está colocar, que con unas cuatro entradas apenas, lo más que podríamos hacer
con respecto a los trapos, es colocarlos en una gaveta, percha o algo así. Es
curioso, pero entre las pocas acepciones de colocar
está la expresión “colocado” equivalente a estar drogado. ¿Será esa la
explicación? Uno se pone la ropa a menos que esté trono, en cuyo caso, ¿se la
coloca?
En ese mismo
ámbito está el pugilato entre hacer y
realizar. Hacer, también con unas 20 formas de uso y acepciones tiene el
reflexivo con el sentido de aparentar por lo que “hacerse el sifrino” no solo
es válido sino que en este caso hace que la culebra se muerda la cola. En
contraste, realizar nos da cuatro
usos y, en tan estrecho abanico, va de uno tan específico y concreto como realizador cinematográfico a otro tan subjetivo como la realización personal, “realizar
las propias aspiraciones”.
¿Que puede genéricamente ser sinónimo de hacer? Sí,
en tanto que se define como ”hacer algo real o efectivo” pero es más del ámbito
subjetivo, místico, etéreo; además no deja de ser irónico que necesite del
verbo hacer para definirse a sí mismo. Un ejemplo definitivo: entre las dos
decenas de usos de hacer está, explícito,
el referido a la deposición de excretas (escatología mediante) por lo que
supongo que estos socialités y sus
seguidores (parejeros diría mi abuela) no hacen sino que realizan pupú.
Con barato y económico pasa otro tanto. Mi hipótesis es que vino con el ascenso
social. A la mayoría de los de mi generación nos criaron comprado barato, pero
al subir en la escala social lo barato queda atrás y cambia de nombre… ahora se
llama económico. Eso sí, la intención y la categoría de los productos suelen
ser las mismas de antes.
Habría por
justicia que hacer una salvedad. Dada la situación venezolana después de 17
años de revolución en la que el 90% de la población empieza a pasar a las
estadísticas de la pobreza en lapsos de semanas, los que van en retroceso de
ese logrado ascenso social, hacen resistencia con lo que pueden y el lenguaje también
puede ser una trinchera.
Barato, con significado tan directo como “que se compra o vende a bajo precio o
por un precio menor a lo esperable” o, más subjetivamente, casi moral “lo
conseguido con poco esfuerzo” y su colectiva derivación femenina, la barata, que
viene a ser la venta de garaje que siempre será de cosas de bajo precio pero
todas juntitas, se enfrenta a Económico
que, sí, ciertamente es poco costoso pero su espacio natural es el de la
economía como disciplina, tan es así que dos productos aparentemente iguales
podrían tener diferente costo y el menor será siempre el más barato mientras
que el de mayor precio podría ser el más económico. Económico implica una
cierta complejidad de relación calidad-precio que lo hace, no solo un término
relativo, sino muy subjetivo. A lo mejor por eso suena tan exquisito preferir
el uso de económico cuando se quiere comprar barato. A mí me parece un complejo
de falsa sinonimia.
Antes de pasar a
la otra orilla, encontramos Caro, de
precio elevado pero también como querido y amado: Caro amigo. Pero costoso,
que cuesta mucho, tiene un ámbito más impreciso, casi etéreo. Volvemos de nuevo
a lo concreto y lo subjetivo. Despachemos rápido con este ejemplo: Cuesta mucho trabajo conseguir el dinero
para comprar barato. Ya lo dijo el poeta: No es lo mismo valor y precio. No
sé si me explico.
Nada tan memorable como los adjetivos y entre ellos, los calificativos. Me encantan, son tentadores, uno escribe apasionadamente y llena aquello de adjetivos… luego revisa, limpia, los desaparece casi en su totalidad y queda, como dice mi maestra, lo sustantivo. No es gratuita la metáfora de lo sustantivo, lo sustancial como lo importante, contrastado con lo adjetivo, lo prescindible. Lo que pasa es que el adjetivo solo aparece si antes está el sustantivo al que se refiere. Cuando se dice hermoso (?) uno queda como cuando en la música nos dan un acorde de quinta y quedamos esperando la tónica, dicho de otra manera quedamos jajando, como dice mi mujer (no voy a contar en qué contexto) Pero si se dice: rostro hermoso, ah, qué alivio, sabemos a qué se refiere, imaginamos el rostro o sencillamente discrepamos, porque además de prescindible, el adjetivo suele ser subjetivo.
La moda de hoy
pretende confundir los espacios de mis amados y humildes adjetivos con los del
prepotente adverbio (esta adjetivación es una pequeña venganza). Digo
prepotente porque el adverbio modifica al verbo, puede modificar adjetivos y,
he aquí la suma prepotencia, puede modificar otros adverbios. Son ganas de
buscarle problemas al adjetivo metiéndolo a la fuerza en el sitio del adverbio,
sabiendo de lo que es capaz este malandro.
A ver, pidamos un
beso. Bésame, listo. Pues no, soy un besado exigente y pido cómo: Bésame –más
adverbio- dulcemente. Todos nos imaginamos entonces un beso más largo, menos
sonoro, en fin, un beso dulce. Uno no dice Bésame dulce, a menos que como en el
chiste de Losher, ella se llame “Durce,
con L”… Pues así se dice ahora por allí. Hasta una canción muy vendedora
suena en la radio y otros aipods: Bésame espectacular. Así oímos “te felicito,
lo resolviste sensacional” o “Guao, ese caso lo llevas increíble”. Éste lo
acabo de oír mientras escribo: “Con su emprendimiento le ha ido estupendo”.
Ciertamente
existe la adjetivación del adverbio, que amén de expandir su mencionada prepotencia, no alcanza a los
casos mencionados. Para seguir con lo del beso, que me va gustando, adjetivado sería:
Bésame
así… y no más.
Mi compadre
aconseja, en otros términos más procaces, “Si quiere beso, pida beso, si pide
permiso no le darán beso”; o mejor según
Oscar Wilde: ten cuidado con lo que pidas (desees) porque se te puede cumplir…
¿La escena? Se la tengo:
¡Bésame
espectacular! Pide un hombre ante el kiosco de venta de besos profondos.
Y el señor del
sonido de la feria de La Chinita llama
al micrófono y aparece un sujeto típico cantante de gaita zuliana, con barriga
cervecera, la franela enrollada a la
altura del esternón dejando al fresco parte de sus casi 150 kilogramos de
humanidad, con los labios gordos y arruchaditos, buscando a quién besar. Era el
popular Espectacular Montiel Urdaneta,
oriundo de la zona*.
Ver, visualizar y
revisar.
Con ver y visualizar sucede lo ya descrito arriba en otros casos. Parece más
elegante decir visualizar que ver, que en su sentido más básico es
“percibir con los ojos” directo y sencillo. En todas sus acepciones incluidas
las metafóricas y casi metafísicas, nunca sustituye el significado de
visualizar, ni viceversa. Visualizar
tiene dos usos muy específicos, uno que mediante gráficas y otros recursos
tangibles permita entender (visualizar) fenómenos de otro carácter, y el que
más me interesa, que es el otro, el que habla de formar en la mente una imagen de
algo abstracto. Esto pone de bulto la contradicción de que para visualizar
habría, casi, que cerrar los ojos, mientras que para ver habría que tenerlos
muy abiertos.
Pero entre estas
derivaciones arbitrarias, aquí en Venezuela, se sustituye ver por visualizar
cuando se quiere decir Revisar. Atentado a tres bandas.
Nos hemos
acostumbrados a ser tratados como sospechosos habituales. Si desea entrar a un
local comercial no lo podrá hacer si lleva un bolso con usted. La razón es
obvia, podría ser un ladrón. La verdad es que la empresa comercial debería
tener los recursos para evitar esos hurtos, que ciertamente suceden, sin
molestar a la clientela. Entre nosotros el único recurso es un papel malamente
escrito a mano y pegado de peor manera, que reza: “Se visualizan los bolsos a
la salida”.
En alguna
oportunidad a la salida de uno de estos comercios un vigilante me instó a abrir
el bolso para “visualizarlo” a lo
que, entre irónico y pedante, a sabiendas de que no me escucharía sino como un
ruido más del ambiente, le dije:
-Para visualizar
el bolso tendría que cerrar los ojitos. Usted quiere que lo abra para ver el
interior no para visualizarlo.
A lo que me
respondió muy convincentemente:
-No tengo
autoridad legal para revisarlo, por eso lo visualizamos.
En fin…
Después del lobby de Batman por la
aceptación de Murciégalo de la RAE, la lingüística debería considerar esta
particular forma de Derivación sinonímica
forzada y extrema del habla cotidiana.
Nicolás Baselice
Wierman.
Caracas, Junio
2016.