viernes, 1 de julio de 2016

Vamos de lengua


No voy a decir que son mis años, que sí lo son, sino que me tocó vivirlos en tiempos de cambios rápidos y el lenguaje no escapa de ello. Si bien la tecnología es razón ineludible y obligante de muchos de esos cambios en designaciones nominales, también es verdad que nos plegamos a modas del hablar cotidiano, terminando por degenerar en mucho el lenguaje hasta comprometer la comunicación, que es su objetivo final.

Recuerdo de  pequeño que la unidad de servicio público de transporte individual se le llamaba carro libre y uno llamaba un libre si necesitaba ir rápidamente a alguna parte. El cambio de Libre al sofisticado vocablo Taxi es uno de mis primeros registros de esos cambios de denominación que parecía que nada lo justificaba. Quiero decir, que esos autos seguían siendo los mismos, operaban de la misma manera el negocio, etc, y sin embargo su nombre mutó.

Por el contrario hay otros que sobreviven a la evolución de su significado, claro, perdiendo su sentido original para convertirse en sustantivos casi puros. Película, sí, esa que vemos en cine o tv fue en su origen una película propiamente dicha, una cinta muy delgada de celuloide. Hoy en día ni en los cines usan celuloide, o películas, sin embargo las vemos, allí están, así se llaman… magia pura.
En los años 70 se dieron unas modas en el lenguaje, que por pretensiones intelectualoides, nos pusieron a hablar mal, pero nos sonaba tan “académico” y, por qué no decirlo, tan bonito. El sobreviviente dequeísmo es una de ellas.

No vamos a meternos hoy con la atropeyante  Neolengua que el régimen venezolano viene imponiendo a fuerza de repetición en una suerte de caricatura de la 1984 de Orwell. Solo que ésta transita de la demagogia a la ignorancia…

Esto es demasiado tentador. Permítame 
una digresión chismosa rapidito.
Hace unos días una funcionaria del régimen venezolano ordenó, por escrito, a sus subalternos directos, revisar las listas de los trabajadores firmantes por la revocación del presidente e “instarlos” a retirar sus firmas. Pero que lo hicieran con “discrecionalidad”. En el sentido del texto queda claro que intentaba decir discreción porque casi está escrito en letras más pequeñas.
Qué ironía, discreción que tiene que ver con la prudencia y la sensatez lo confunde con discrecionalidad (sustantivo que no aparece porque ya existe discreción) que tiene más que ver con la voz “A discreción” o con el “poder discrecional” que por el contrario se acerca, nada discretamente por cierto, a la idea del autoritarismo. Lo dicho, Neolengua por ignorancia.

Digresiones aparte (que no discreciones) quiero decir algo acerca de decir. Es tan fácil decir algo que no soportamos semejante simpleza. Es así como a la recepcionista, o en todo caso, el dependiente de cualquier servicio, al final del trámite se le oye “Me indica su nombre y número de carnet de identidad”…  repito, tan fácil que sería “Por favor (claro) me dice su nombre”

Indicar supone una acción mental de emisión y otra de recepción un tanto más compleja. Veamos. Decir es expresar algo con palabras, y solo eso, nada más. En cambio indicar es MOSTRAR algo con señales, gestos o palabras, y me dirán: ¿viste, viste? con palabras. Y es verdad, pero no me nieguen que decir es más sencillo, entonces eficiente y por eso bello. Particularmente definiría indicar con el inclusivo ”Y”, o sea, “Es mostrar algo con señales, gestos  Y  palabras.

Como dice un humorista español: no lo digo lo hago. He aquí una situación:

-Me indica su nombre y número de cédula. Dice la jovencísima funcionaria con una sonrisa técnica.

Y nuestra víctima de la zancadilla lingüística comienza a mover la cabeza buscando en el entorno las letras con la que pueda armar su nombre señalándolas en el orden de aparición para evitar predicciones, haciendo gestos de NO cuando el solicitante trata de adivinar como en los concursos españoles de refranes con ruleta, y finalmente soltando una interjección de alivio, de esas que antes se decían solo en la intimidad, porque logra el objetivo de indicar algo tan sencillo como el nombre y número de identidad.
                                                             Agotador, estresante.

Así, la nueva moda es sustituir palabras por otras que se suponen sinónimas, o mejor dicho, que las fuerzan a ello. ¿La razón? Parece que suenan más elegantes. Veamos.

Colocar por poner. Usted no escuchará el verbo poner en ningún programa de moda, diseño o emprendimiento, o de conductor Socialité como creo que le dicen a esa nueva profesión (?) lo que sí habrá, y mucho, son espectaculares por minuto. Si esta profesión se estudia deben pasar un semestre de teoría, laboratorio y taller de pronunciación de la palabra “Chic”. No usan la che sino una S larga y arrastrada hasta la C final, casi desapareciendo la I intercalada. Más o menos así: SsssssshiC.

Como decía, parece que el verbo poner es ordinario y de baja ralea (como la che). ¿Cuándo cayó en desgracia? No lo sé, podría haber ido en caída en paralelo inverso con la proliferación de nuestros diseñadores de moda y alta costura, junto con la industria del Miss Venezuela. Es una hipótesis.

Bueno, resulta que Poner tiene más de 20 acepciones y formas de uso entre las que está, taxativamente dicha, la de ponerse ropa (sí, ponérsela encima, vestirse). Por otro lado está colocar, que con unas cuatro entradas apenas, lo más que podríamos hacer con respecto a los trapos, es colocarlos en una gaveta, percha o algo así. Es curioso, pero entre las pocas acepciones de colocar está la expresión “colocado” equivalente a estar drogado. ¿Será esa la explicación? Uno se pone la ropa a menos que esté trono, en cuyo caso, ¿se la coloca?

En ese mismo ámbito está el pugilato entre hacer y realizar. Hacer, también con unas 20 formas de uso y acepciones tiene el reflexivo con el sentido de aparentar por lo que “hacerse el sifrino” no solo es válido sino que en este caso hace que la culebra se muerda la cola. En contraste, realizar nos da cuatro usos y, en tan estrecho abanico, va de uno tan específico y concreto como realizador cinematográfico a otro tan subjetivo como la realización personal, “realizar las propias aspiraciones”. 
¿Que puede genéricamente ser sinónimo de hacer? Sí, en tanto que se define como ”hacer algo real o efectivo” pero es más del ámbito subjetivo, místico, etéreo; además no deja de ser irónico que necesite del verbo hacer para definirse a sí mismo. Un ejemplo definitivo: entre las dos decenas de usos de hacer está, explícito, el referido a la deposición de excretas (escatología mediante) por lo que supongo que estos socialités  y sus seguidores (parejeros diría mi abuela) no hacen sino que realizan pupú.

Con barato y económico pasa otro tanto. Mi hipótesis es que vino con el ascenso social. A la mayoría de los de mi generación nos criaron comprado barato, pero al subir en la escala social lo barato queda atrás y cambia de nombre… ahora se llama económico. Eso sí, la intención y la categoría de los productos suelen ser las mismas de antes.

Habría por justicia que hacer una salvedad. Dada la situación venezolana después de 17 años de revolución en la que el 90% de la población empieza a pasar a las estadísticas de la pobreza en lapsos de semanas, los que van en retroceso de ese logrado ascenso social, hacen resistencia con lo que pueden y el lenguaje también puede ser una trinchera.

Barato, con significado tan directo como “que se compra o vende a bajo precio o por un precio menor a lo esperable” o, más subjetivamente, casi moral “lo conseguido con poco esfuerzo” y su colectiva derivación femenina, la barata, que viene a ser la venta de garaje que siempre será de cosas de bajo precio pero todas juntitas, se enfrenta a Económico que, sí, ciertamente es poco costoso pero su espacio natural es el de la economía como disciplina, tan es así que dos productos aparentemente iguales podrían tener diferente costo y el menor será siempre el más barato mientras que el de mayor precio podría ser el más económico. Económico implica una cierta complejidad de relación calidad-precio que lo hace, no solo un término relativo, sino muy subjetivo. A lo mejor por eso suena tan exquisito preferir el uso de económico cuando se quiere comprar barato. A mí me parece un complejo de falsa sinonimia.

Antes de pasar a la otra orilla, encontramos Caro, de precio elevado pero también como querido y amado: Caro amigo. Pero costoso, que cuesta mucho, tiene un ámbito más impreciso, casi etéreo. Volvemos de nuevo a lo concreto y lo subjetivo. Despachemos rápido con este ejemplo: Cuesta mucho trabajo conseguir el dinero para comprar barato. Ya lo dijo el poeta: No es lo mismo valor y precio. No sé si me explico.






Nada tan memorable como los adjetivos y entre ellos, los calificativos. Me encantan, son tentadores, uno escribe apasionadamente y llena aquello de adjetivos… luego revisa, limpia, los desaparece casi en su totalidad y queda, como dice mi maestra,  lo sustantivo. No es gratuita la metáfora de lo sustantivo, lo sustancial como lo importante, contrastado con lo adjetivo, lo prescindible. Lo que pasa es que el adjetivo solo aparece si antes está el sustantivo al que se refiere. Cuando se dice hermoso (?) uno queda como cuando en la música nos dan un acorde de quinta y quedamos esperando la tónica, dicho de otra manera quedamos jajando, como dice mi mujer (no voy a contar en qué contexto) Pero si se dice: rostro hermoso, ah, qué alivio, sabemos a qué se refiere, imaginamos el rostro o sencillamente discrepamos, porque además                                                                                           de prescindible, el adjetivo suele ser subjetivo.

La moda de hoy pretende confundir los espacios de mis amados y humildes adjetivos con los del prepotente adverbio (esta adjetivación es una pequeña venganza). Digo prepotente porque el adverbio modifica al verbo, puede modificar adjetivos y, he aquí la suma prepotencia, puede modificar otros adverbios. Son ganas de buscarle problemas al adjetivo metiéndolo a la fuerza en el sitio del adverbio, sabiendo de lo que es capaz este malandro.

A ver, pidamos un beso. Bésame, listo. Pues no, soy un besado exigente y pido cómo: Bésame –más adverbio- dulcemente. Todos nos imaginamos entonces un beso más largo, menos sonoro, en fin, un beso dulce. Uno no dice Bésame dulce, a menos que como en el chiste de Losher, ella se llame “Durce, con L”… Pues así se dice ahora por allí. Hasta una canción muy vendedora suena en la radio y otros aipods: Bésame espectacular. Así oímos “te felicito, lo resolviste sensacional” o “Guao, ese caso lo llevas increíble”. Éste lo acabo de oír mientras escribo: “Con su emprendimiento le ha ido estupendo”.

Ciertamente existe la adjetivación del adverbio, que amén de expandir  su mencionada prepotencia, no alcanza a los casos mencionados. Para seguir con lo del beso, que me va gustando, adjetivado sería:  Bésame así… y no más.

Mi compadre aconseja, en otros términos más procaces, “Si quiere beso, pida beso, si pide permiso  no le darán beso”; o mejor según Oscar Wilde: ten cuidado con lo que pidas (desees) porque se te puede cumplir… ¿La escena? Se la tengo:

¡Bésame espectacular! Pide un hombre ante el kiosco de venta de besos profondos.

Y el señor del sonido de la feria  de La Chinita llama al micrófono y aparece un sujeto típico cantante de gaita zuliana, con barriga cervecera,  la franela enrollada a la altura del esternón dejando al fresco parte de sus casi 150 kilogramos de humanidad, con los labios gordos y arruchaditos, buscando a quién besar. Era el popular Espectacular Montiel Urdaneta, oriundo de la zona*.

Ver, visualizar y revisar.
Con ver y visualizar sucede lo ya descrito arriba en otros casos. Parece más elegante decir visualizar que ver, que en su sentido más básico es “percibir con los ojos” directo y sencillo. En todas sus acepciones incluidas las metafóricas y casi metafísicas, nunca sustituye el significado de visualizar, ni viceversa. Visualizar tiene dos usos muy específicos, uno que mediante gráficas y otros recursos tangibles permita entender (visualizar) fenómenos de otro carácter, y el que más me interesa, que es el otro, el que habla de formar en la mente una imagen de algo abstracto. Esto pone de bulto la contradicción de que para visualizar habría, casi, que cerrar los ojos, mientras que para ver habría que tenerlos muy abiertos.

Pero entre estas derivaciones arbitrarias, aquí en Venezuela, se sustituye ver por visualizar cuando se quiere decir Revisar. Atentado a tres bandas.
Nos hemos acostumbrados a ser tratados como sospechosos habituales. Si desea entrar a un local comercial no lo podrá hacer si lleva un bolso con usted. La razón es obvia, podría ser un ladrón. La verdad es que la empresa comercial debería tener los recursos para evitar esos hurtos, que ciertamente suceden, sin molestar a la clientela. Entre nosotros el único recurso es un papel malamente escrito a mano y pegado de peor manera, que reza: “Se visualizan los bolsos a la salida”.

En alguna oportunidad a la salida de uno de estos comercios un vigilante me instó a abrir el bolso para “visualizarlo” a lo que, entre irónico y pedante, a sabiendas de que no me escucharía sino como un ruido más del ambiente, le dije:

-Para visualizar el bolso tendría que cerrar los ojitos. Usted quiere que lo abra para ver el interior no para visualizarlo.

A lo que me respondió muy convincentemente:

-No tengo autoridad legal para revisarlo, por eso lo visualizamos.

En fin…

Después del lobby de Batman por la aceptación de Murciégalo de la RAE, la lingüística debería considerar esta particular forma de Derivación sinonímica forzada y extrema del habla cotidiana.


Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice

Caracas, Junio 2016.

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