lunes, 24 de diciembre de 2012

El cochino en Navidad.


El título sugeriría un texto gastronómico o en todo caso de salud del tipo “Se puede No engordar en diciembre” pero no. Lo advierto de una buena vez, lo que sigue podrá sonar a muchos como la versión disminuida de un Grinch tercermundista venezolano.

En Venezuela la tradición universal del regalo navideño tiene el nombre de aguinaldo, el que también se le adjudica a los cantos propios de la época y que en otras partes del mundo se denominan genéricamente villancicos. 

Recuerdo de pequeño una tarjetita que llegaba a casa en temporada previa a la Navidad que rezaba casi textualmente “Su servidor (y aquí el nombre de ese servidor) operador del aseo urbano le desea una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo y aprovecha la oportunidad para recordarle el tradicional aguinaldo con que siempre nos ha favorecido”.  Esa tarjeta era recogida por el mismo personaje una semana después adjunto a un billete, generalmente de baja denominación, que supongo conformaba un “pote” que se repartía entre el equipo de operadores del Aseo Urbano.

Mi edad no me lo permitía y no sé si esa mutación del “es sólo un detallito, ay pero no te hubieras molestado” que era el regalo navideño, es decir el aguinaldo, mutación decía, al metálico y cochino dinero se haya producido a través de esa tarjetita que seguro todos los de mi generación recordarán. Lo que sí es cierto es que se institucionalizó de tal manera que los contratos colectivos, reivindicaciones sindicales y toda forma de pacto laboral incluye además de bonos de productividad, de asistencia y de fin de año, un monto indefinido-obligatorio llamado pomposamente A-gui-nal-do.

Es por estos derroteros que se desarrolló la cultura del moderno aguinaldo navideño en Venezuela que hace creer a todos con derecho a pedir el “aguinaldito” (eso sí, en metálico) a cualquiera que encuentre a su paso aunque 
jamás en su vida lo haya visto.


Es a partir, creo, de finales de los años 60 que comienzan a aparecer en épocas navideñas unas alcancías de las clásicas con forma de cochino que a la vuelta de pocos años trocó en omnipresencia. Colgaban de los cuellos de los pregoneros mientras vendían sus periódicos, estaban en los mostradores de los quioscos de chucherías, pero también en los restaurantes, tiendas de ropa y, hasta redundantemente, en las ventas de alcancías con forma de cochino.

En arrebatos de originalidad estos cochinos que exigen su “aguinaldito” se han ido convirtiendo en esperpentos disfrazados de cualquier cosa al grado que algunos recuerdan al Chuki,  aquella grotesca historia del muñeco perverso y que en la saga, después de “La Novia de Chuki” podríamos producir en Venezuela “Chuki el cochino y la Navidad del terror, la película”.

Particularmente detesto ésta ya tradicional costumbre. No sé qué tan abundante pueden ser las recolectas por esta vía pero que hasta el dueño de negocio propio ponga su cochino, pida el aguinaldo y al final se lo quede para sí porque ni empleados tiene, me parece que hace tambalear la dignidad y el orgullo por el servicio bien brindado.

Cuando expresé, hace algunos años, en voz alta estos pareceres fui visto de tal manera que a partir de ese momento y en vísperas de Navidad tengo el sueño recurrente de que los ruidos en la chimenea (que no tengo) me emocionan imaginando a Santa que desciende con regalos y alguna dificultad. El ruido se desgrana, se atomiza, se multiplica, crece  y finalmente emergen abundantes y vengativos miles de cochinos de todos los tamaños y todas las indumentarias pero, eso sí, invariablemente todos de plástico. Yo aterrado y arrinconado trato de explicarles que lo que detesto es la costumbre, que quien los ridiculizó con esos disfraces, letreros y tatuajes son los culpables...


...Mientras lo escribo me sudan las manos. Siempre despierto antes del ansiado armisticio lo cual me genera una ansiedad adicional. Nunca más las Navidades fueron lo que eran mientras fui niño.

Sueño que salen de la chimenea, atomizados,
desgranados, en perdigonada.
Un diciembre, mi hijo me presentó ese éxito de los juegos de computadora (y otros adminículos) Angry Birds. Me pareció genialmente divertido, de mucha geometría, admirable. Me hice fan, lo juego con frecuencia pero al llegar al mundo de los cochinos me pongo inexplicablemente torpe, con temblores y no he podido pasar ese nivel. En fin cada quién con su trauma.




En todo caso les deseo a todos una muy feliz Navidad y 
que el año venidero, ese 2013, nos libere de los cochinos.






Nicolás Baselice Wierman
Caracas, diciembre 2012.

















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