viernes, 2 de octubre de 2015

Compartir un compartir

Me pregunto cuál es el acto de alquimia gramatical que permite convertir un sustantivo por un verbo en infinitivo.
Mi nieta, que apenas tiene cinco años, mantiene una agenda que me luce apretadísima para su corta edad: se la pasa entre un compartir y otro.

-¿Cómo que un compartir? ¿Qué es eso? Le pregunto a su madre.
-Bueno, se reúnen en algún sitio y juegan, bailan… en fin, comparten. Aclara ella con la naturalidad equivalente a mi descubrimiento.
-Ah, una fiesta, una reunioncita… o sea que van a compartir un rato. Explico para mí.
-Sí, claro. (Esta vez sonó a “Claro idiota”)

Presumo que la palabra original que dio pie a la expresión “vamos a un compartir” es departir. Solíamos decir: Veámonos para departir un rato. Eso equivalía a vamos a encontrarnos y pasemos un rato conversando. Sería como el clásico “a ver si nos tomamos un café” que es igual a “nos reunimos y compartimos un café mientras departimos”.

Entiendo la lengua como un organismo vivo en plena evolución y crecimiento, pero no puedo dejar de sentir cierto escozor cuando se les va torciendo el cuello a palabras de exacto significado para sustituirlas por otras que suenan de forma parecida. Es el caso de asumir y presumir, por ejemplo.
A mi entender, decir “Vamos a un compartir” es como ir a una lectura dramatizada y anunciar “Voy a un leer”, o participar en un conversatorio y declarar “qué bueno estuvo ese conversar”.
Por lo tanto, no es que el habla popular no pueda generar términos y formas nuevas, sino que por el contrario, ha dado muestras de mantener la lógica del idioma que al final es un código de comunicación, y código sin reglas no es código, es decir, no habría comunicación.

Una expresión tan nuestra como: “muy buena está la conversa, pero me tengo que ir” cambia la palabra conversación por el apócope conversa pero mantiene su condición de sustantivo. Muy bien. Aun el haiga, tan denostado, mantiene la lógica de conjugación, solo que la perversión de nuestras lenguas romances de pronto meten unos verbos inconjugables a primera vista, que estoy seguro de que están allí para los exámenes de alto nivel de personas que las estudian como segunda lengua.

El escritor debería conocer todas las maneras coloquiales del idioma, barbarismos incluidos, porque podrían convertirse en voces de sus personajes. Lo que no debería permitirse es su utilización cotidiana y, mucho menos en ensayos y textos con voz propia. En fin, que debería cuidar su principal herramienta de trabajo y materia prima: el idioma.


De tal manera que sí, nos seguimos entendiendo. 
          La pregunta es 
                          ¿Hasta cuándo?


Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice
Octubre de 2015.

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