
El argumento principal era que un hipotético gobierno de “la
derecha” –Así denominan, muy maniqueamente, la alternativa planteada frente al
Socialismo del Siglo XXI– en tanto representante del capitalismo, no tenía la
posibilidad de enfrentar la pobreza en el entendido de que el beneficio propio
y el egoísmo son condiciones inherentes a ese sistema económico que
representan.
Se hablaba puntualmente de las Misiones, que son una suerte
de planes asistenciales gubernamentales, que habiendo rendido buenos réditos
electorales en otros momentos, se han ido ampliando, de sus tres categorías
fundacionales, a prácticamente todas las áreas problemáticas al paso de las
coyunturas políticas y de manera reactiva.
Llama la atención que el discurso oficial desprestigie el
capitalismo como sistema económico por su “perversidad manifiesta” mientras lo
contrapone a paradigmas socialistas, los cuales, ya superada la emoción
idealista de la utopía, han demostrado en el tiempo el pobre resultado en
términos de crecimiento humano, libertades y calidad de vida.
Dada la experiencia (de vida, que ya son unos cuantos años)
y visto lo visto, podría decir que es en capitalismo donde se produce mayor
desarrollo, mientras que en los países que han perseverado en el socialismo con
tradición soviética son hoy una vitrina de estancamiento y carencia de
libertad.
Podríamos aceptar lo crudo de la pobreza en el capitalismo,
pero en sociedades como la cubana, sin ser menos dura, esa pobreza se mimetiza
dentro de un estado de depauperación extendida.
Acaso en las sociedades capiltalistas no existen personas
altruistas o en las socialistas no hay personas egoístas.
Pretender adjudicar características éticas a un sistema u
otro es no entender que las sociedades las componen los individuos. Los
comportamientos personales son un asunto de formación, que aunque familiar o
colectiva, siempre será un hecho personalísimo en última instancia. Ni siquiera
la Iglesia Católica en 2000 años ha podido erradicar los vicios contrarios a
sus postulados en el 100% de sus fieles y esto no invalida para nada sus
planteamientos.
Esto podría explicar cómo un economista formado en lo más
clásico de la comprensión capitalista de los procesos es la persona más cercana
a la solución del problema de la pobreza de manera definitiva.



Siempre me pregunté si no era más sano poner dinero del Estado en esas instituciones ya probadas y exitosas, y hacer rendir esos dineros con resultados de ascenso social como en otras latitudes donde la experiencia de Muhammad Yunus se aplicó.
No es el capitalismo, no es el comunismo, no es el socialismo “intermedio”, el mundo de hoy está acabando con esas etiquetas. Parece que de lo que se trata es de identificar los problemas, atacarlos con creatividad y echar mano, eso sí, de las herramientas que las utopías caídas nos han dejado junto a las experiencias y así actuar con nuevos métodos.
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