sábado, 25 de mayo de 2013

Invencibilidad, invisibilidad e imbecilidad.

Surfista de la cresta al túnel
Cuando el candidato Chávez logró la Presidencia de Venezuela en los comicios del año 1998 sembró la semilla del mito de su condición de invencible. Estar en el momento justo y en el sitio exacto, lo convirtió en una suerte de surfista que contando con una buena ola queda de su parte el aprovechamiento de esa cresta y sus túneles. Así él, ya presidente, se agarró de la popularidad derivada de la antipolítica y surfeó en esa ola, con no poca destreza, mientras producía su propia legalidad, Constituyente mediante.


Las sucesivas elecciones de uno u otro tenor daban un baño de legitimidad al Neo Autoritarismo en ciernes que, visto desde la distancia, hacían potable el “Proceso de Cambios” proporcionándole una aceptación internacional envidiable.

El entonces Presidente se tomó el cuidado de preparar el terreno para cada elección legislando personalmente o por medio de “su” Asamblea Nacional, cambiando reglas concretas, postergando eventos, modificando lapsos y hasta la manera de contar votos. Para las elecciones parlamentarias del año 2010 se hizo diseñar, con el Consejo Nacional Electoral, un sistema de conteo con particulares pesos de diferentes circunscripciones que hicieron valer unos votos más que otros y por el cual el grupo que obtuvo el 52% de los sufragios terminó convertido en una surrealista minoría. Era tan exótico ese sistema que el propio Hugo Chávez no pudo explicar a una periodista internacional cómo se lograba la mayoría con menos votos y entrampado, trocó la respuesta en regaño público.
Valla que amenazaba con revancha
por el referéndum Constitucional perdido

El manido argumento de convocar 17 elecciones y perder sólo una, la del referendo por la reforma Constitucional, hacía crecer el mito de la invencibilidad porque hasta cuando perdía o no le gustaba el resultado, iba por revanchas incostitucionales como el segundo referendo a meses del primero o como cuando su partido perdió la Alcaldía Mayor de Caracas y se inventó la “Autoridad de qué se yo que cosa” por encima del Alcalde Mayor para alegría postelectoral de sus seguidores y frustración de sus detractores. Era el dueño de la pelota: si pierdo me la llevo.


Fue así como la Invencibilidad de Hugo Chávez se hizo profecía autocumplida que, ahora fallecido, será imposible contradecir, porque el Comandante nos la hizo: se retiró ganando.

Sinfonía en rojo.
Semejante personalidad fue imposible de soslayar, imposible de evadir, para bien o para mal, imposible de invisibilizar. Es por eso que la declaración del proclamado Nicolás Maduro en el sentido de que los medios lo ignoran, no le dan pantalla ni centimetraje, es la más franca confesión de que “Maduro no es Chávez” y más allá, que definitivamente hay herencias que no son hereditarias y válgame usted el pleonasmo.
Se asume el proclamado como víctima de la “Conspiración de la Invisibilidad”. Decir “Voy a tener que echarme una lata de pintura roja encima para que me tomen en cuenta” es una imagen medio idiotona porque, si lo piensa bien, una vez pintado todo de rojo quedaría mimetizado entre los uniformados de ese color de los que gusta rodearse y entonces sí pasaría desapercibido.

No sé si esa invisibilidad inoculada es un argumento para justificar las cadenas de radio y televisión que, la verdad sea dicha, dudo que hoy haya quien pida justificación de ello por el sinsentido que supone.
Ahora bien, cómo se puede ser víctima de semejante conspiración cuando se cuenta con prensa oficial, mucha de ella si no toda, de distribución gratuita, así como con circuitos de radio y radios “comunitarias” absolutamente plegadas al gobierno sin dejar atrás las estaciones de televisión de señál abierta, algunas de obligatoria inclusión en servicios de cable, cuya suma es groseramente desproporcionada, en contra de los cada vez menos, medios independientes. Pero hay más, la cobertura de actos oficiales, ruedas de prensa, sesiones de la Asamblea y reuniones de Gabinete, están restringidas a reporteros y medios amigos del Gobierno, por lo que si de invisibilidad hablamos será en clave onanística del tipo: Yo me invisibilizo a mí mismo conmigo.

De tal manera que la teoría conspirativa de la Invisibilidad es, más bien,  una imbecilidad. Y está bien, todos tenemos derecho a un deslíz e vez en cuando, a responder con elementalidad alguna vez por absurdo que resulte.

Lo que molesta es que cuando la imbecilidad se declara desde el púlpito del Poder o en cadena nacional de radio y televisión, supone el declarante que los demás somos todos suficientemente imbéciles para creerle.

Señor Maduro, no cuente con eso.

Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, mayo 2013.

P.S. ¿Será que dijo invisible o invivible?

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