lunes, 10 de agosto de 2020

Qué será de Careta.


A Maritza,

 Gracias vitales

Y al resto de las niñas, por su orbitar

En la fiesta que era ser niño, teníamos a Careta siempre de carnaval.

Un día se puso un antifaz que se hizo con nieve andina y penumbra muy oscura, casi negra, de la Cueva del Guácharo.

No era mucho. Le alcanzaba apenas para un solo antifaz. Los mayores, bien serios y bienvestidos, le decían: Careta revuélvelos bien. Háztelo gris. Pero Careta, que imaginaba mucho y oía poco, decidió respetar el frío de la nieve y el sueño de los guácharos en su oscuridad y se hizo el antifaz en blanco y negro. Blanco en el ojo derecho y negro en el otro ojo. Y la gente bienvestida le decía como regañando, lo que parece es un disfraz, ¡qué disfraz!

Los niños le dijimos, qué bonito tu antifaz. Y Careta a nosotros sí nos oyó y entonces decidió dejárselo puesto para siempre.

 Por eso la llamamos Careta, la vaca más bonita

Ah, porque Careta era una vaca. Sí, nuestra vaca. Mía y de mis hermanas, pero como era la vaca más bonita, era a la vez, de todos los niños de mi pueblo, y así, Careta hizo de toda nuestra infancia una alegre fiesta de carnaval.

Los adultos bienvestidos la veían pasar y decían como regañando, ahí va la mascota de las niñas. Era muy divertido, no sabían que nosotras éramos las mascotas. Careta nos cuidaba a todas, nos mimaba, nos alimentaba... como mascotas. Careta le pedía a papá Segundo que la ordeñara todos los días para que nos diera su leche, blanquita, fresca, única. Eso pasaba todos los días, si alguna vez estuvo triste nunca lo supimos, su leche siempre tuvo el mejor sabor.

Papá Segundo, decía como regañando, esa gente casi le hace la venia a la Careta cuando pasa, como que creen que también es hija mía. Y es que papá Segundo era autoridad civil de nuestro pueblo. Y claro, nosotras nos reíamos, orgullosísimas de tener  una "hermana mayor".

Cuando íbamos a la escuela Careta nos escoltaba en la retaguardia, siempre detrás del grupo. Adelante, mamá Nieves. Mamá Nieves era la Directora de la escuela. Pero también era la administradora y la maestra, la de todos, pero de todos toditos los niños del pueblo. Papá Segundo decía que en los pueblos pequeños los cargos son muy grandes.

Un día de aquel mundo sin televisión, sin aparatos, con electricidad en algunas partes y por horas, mamá Nieves, que era los ojos del futuro, quizo avanzar y que tuviéramos una nevera. Agua fría, leche fría, podremos hacer heladitos, decía mamá Nieves... pero eran muy caras. El precio de esa nevera era Careta. Era un intercambio, dijo Mamá Nieves. Usó, y aprendí, la palabra trueque.

Pidió la opinión de todas, pidió el voto de todas y así... perdimos a Careta.

Todo fue muy democrático. Yo lo comprendía porque Careta nos hizo práctica la democracia dándonos a todas igual derecho a su cariño, su compañía y, sobre todo, su leche.

Además de política, con este trueque, Careta nos enseñó un básico de Economía que la poesía recoge, la diferencia entre el valor y el precio. Cuando sumábamos nos decían: no mezclen peras con manzanas, pero lo hicimos. Confundimos el valor de Careta con el precio de una nevera y creo que perdimos.

Desde entonces sufro de una primitiva aversión por la tecnología y el trueque.

Ahora, ya grande, cada vez que rechazo alguna expresión de nueva tecnología o alguna arcaica propuesta de volver al trueque, me pregunto ¿Y qué habrá sido de Careta?

Me gusta imaginar que Careta descubrió, por noticia-chisme del alcaraván, que era prima de Mariposa, la de Simón, y que sería tía del terné bien bonito que Mariposa estaba por parir. Y que aún viven y se ven de vez en cuando en alguna parte del ancho de esta tierra, que va del blanco occidental de los picos andinos al negro oriental y profundo de las Cuevas de Guácharo...

Como el antifaz de Careta.


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EPÍLOGO.

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