lunes, 26 de marzo de 2018

La tentación del exilio


No era pobre, es decir, no era objeto de estadísticas que lo hicieran merecedor de la atención y el cariño del régimen de Gobierno. Vivía con modestia y dignidad. Tampoco era rico como dictaría el maniqueísmo de la literatura de folletín. Estaba ubicado en el mero pasillo de la invisibilidad pero lo angustiaba la torpe ejecutoria de la camarilla gobernante.
La esperanza de cambiarlo todo en aquel referéndum de un plumazo fue lo que lo terminó de arrinconar. Tenía la certeza de que era el momento y compró, muy barata, la especie de que había sido robado el triunfo con fraude.

Pensar en irse afuera no era una opción, y no era arraigo, es que en ese momento la franquicia de exportación del experimento político nacional hacía ver aquello, más allá de la frontera, como la utopía hecha realidad, y si algo no quería, era ser víctima de la política exterior de su país. Sería el colmo, decía. Aunque era una broma sonaba bien. La verdad era que entre sus limitadísimos recursos de jubilado y el secuestro económico que suponía el experimento político, esa no era una posibilidad.
Era creyente decía, pero no de religiones. Creyó que la política se podía hacer sin políticos, conoció así la palabra outsider, los apoyó para más tarde o muy tarde descubrir que eran embrión de caudillos. En ese camino acuñó la frase: Las ideologías con nombre de gente viva son la maldición de los pueblos. Desde aquí, creyó ahora en las fuerzas que se oponían que con argumentos no solo hilados sino con mucha difusión lo convencieron de que la capital era el país y su barrio la vanguardia renovadora. Pero perdió y la depresión lo invitaba a taparse los oídos como los niños, vivir hacia adentro y aunque ya sabía que no era verdad repetía como un mantra: Me importa un carajo lo que hagan, si no trabajo no como.

Quiso entonces vivir una vida hacia su interior, espiritual la llamaban en la época. No encontraba cómo. Nunca tuvo mayor afición por la música, no sabía qué cosa era comprar discos. La lectura siempre le dio sueño y, aunque hubo libros, nunca hubo lecturas. El cine, eso sí, pero era caro y la verdad no había un círculo en el que se pudiera comentar ese género o al menos él no lo conocía.

Esta semana se cumple un año más del fallecimiento del abuelo y conocer ese país que mamá les ha contado tanto será divertido. Además, ella estará muy feliz de ver de nuevo esa ciudad donde creció y que hoy está irreconocible.
Les juro que se van a divertir. Conocer el país del abuelo o, al menos, su ciudad y su barrio será interesante hasta para mí que nunca lo vi sino a través de los ojos de mamá...

Sí claro, verán muchas personas mayores, viejitos y viejitas. Seguramente fastidiosos, pero les aseguro que estarán encantados de verlos y eso siempre es grato…

…¿Vamos a por las maletas?


Nicolás Baselice Wierman.
@nbaselice en twitter
Instagram @nbaselice
Caracas, enero 2014
Publicado en marzo 2018.

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