viernes, 3 de marzo de 2017

Doña Nieves, la Mamá Grande

Si algún tiempo de mi juventud recuerdo con felicidad y nostalgia es aquél en que formamos esa suerte de comuna (en la acepción hippie del término) en la que llegamos a convivir hasta 16 personas simultáneamente. Tres generaciones, la mayoría, si no todos, en formación y siempre bajo la mirada rectora de Doña Nieves.


Hacía muy poco tiempo, Nieves se había ido llenando de yernos y una que otra nuera, éstas de alta rotación por cierto. No le fue difícil, eran cinco niñas, todas bellas y un varón bastante sinvergüenza, virtudes ambas que la enorgullecía. Fue en esa época, cuando aún rondábamos los veinte años, algunos por arriba, otros por debajo, el tiempo en el que nos hicimos irresponsablemente prolíficos, cuando Nieves empezó a oficiar como la Mamá Grande de toda esa tribu.

Creo que eran los tempranos años sesenta cuando Nieves, que era La Maestra de su pueblo, provincia en la provincia, se viene a Caracas en busca de esa educación que quería para sus hijos y que sabía que allá no conseguiría. En el barrio al que llegó todavía existían las casas de vecindad y las de grandes patios de paredes de adobes de barro. En ambas vivió y en todas fue feliz… podría asegurarlo.


Manejó esa tropa con autoridad y disciplina muy particulares. Podía prohibir la ida a una fiesta vespertina a una de sus hijas y en el mismo minuto preguntar a otra de ellas, que anunciaba viaje a la playa de tres días con un amigo, si se iba a ir sin comer. Esa particular autoridad derivó en la pícara ternura casi ingenua de la que disfrutamos nosotros en nuestra adultez y sus nietos y bisnietos en su infancia.

Me gusta pensar que lo que hoy llaman responsabilidad social se inventó para ponerle nombre a eso que Nieves hizo, no como actos generosos (que lo eran), sino como una obligación moral de vida ante sus pares, familiares o no, que no habían tenido la oportunidad que ella construyó para sus hijos.

 Fue así como no dejó que aquella comuna se vaciara por completo y la realimentaba trayendo de aquella provincia a sobrinos, ahijados, hermanas, en fin… para que se formasen en algún oficio o profesión o para que por lo menos vieran que el mundo tenía otros modos, otras formas, otros límites. No todos resultaron como a ella le hubiera gustado, pero todos hoy lo reconocen y agradecen… no tienen escapatoria.


Hoy estamos aquí despidiéndola, con el dolor de la pérdida y la alegría de atestiguar una vida de más de 90 años, vivida a diseño propio, a plenitud y sobre todo la despedimos con la satisfacción de que hubo visto su obra hecha. Aquí estamos, somos parte de su hechura, de nosotros queda pasar a nuestra descendencia el reconocimiento de una vida que nos hace historia.


En lo particular, estoy en deuda y juego con ventaja. Esta existencia me regaló en sobredosis un trío de madres:
Luisa que me parió, Graciella que me crió y Nieves que me creció.

Doña Nieves, gracias por tanto.


Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, marzo 2017.

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