
El diccionario Larousse 2010 dice: BUHONERO, A s. persona que tiene por oficio vender mercancía de poco valor de manera ambulante. Y más aún, define la Buhonería, no como la actividad sino como la mercancía de poco valor que comercializa el buhonero y, finalmente, denomina la actividad como Buhonear.
Despachemos de una vez esta última. Nadie, en esta tierra plagada de buhoneros utiliza el verbo buhonear. Creo que definitivamente es una decisión estética. ¡Qué palabra fea! Y esto es una opinión muy personal, como dicen por respeto, los elegantes al hablar. Pero haga usted el ejercicio de conjugarlo completo en todas las personas del plural y el singular y dígame hasta dónde llega sin sentir la sensación de que está tratando de expulsar de la garganta algo que no debería estar allí.
Recuerdo a mi madre hablando de los vendedores ambulantes en nuestra “Autóctona neoyorkina Quinta Avenida” que era la Urdaneta de Caracas a principio de los años 60, ciertamente desplazándose entre los transeúntes, preferiblemente en el sentido contrario al mayor flujo para así ver de frente a sus potenciales compradores. Con el tiempo estos ambulantes se hicieron un tanto estáticos (no sé si por la edad) al colocar la mercancía en el pavimento sobre una tela que a la hora de escapar de la autoridad (Porque siempre ha sido ilegal) se convertía en un saco al unir sus cuatro vértices, por lo que, y entre ellos, se llamaban “cuatro esquinas” refiriéndose a la manera de transportar su mercancía. Esto podría marcar la transición de nómada a sedentario interruptus del buhonero originario.
Nuestra economía, que siempre ha sido como experimental, que cuando el modelo es claro no es sostenido y cuando es sostenido es probadamente fracasado, o sea una economía en formato beta, le ha dado a la Economía Informal (como se dice ahora) todos los insumos para institucionalizarse.

A la fecha el significado original ha evolucionado, por lo menos en Venezuela. Ya ni los heladeros de carrito son ambulantes. La mayoría de ellos tienen su esquina o plaza propia tomada y allí se mantienen estáticos con clientela fija y cautiva. Quién puede hablar de “mercancía de poco valor” cuando se venden en esos puestos juguetes y electrónicos de hasta más de dos sueldos mínimos, calzados de “marca” a unos precios que justifica la seguridad de ese local informal porque lo depositado es una inversión de cierto calado, sin hablar de la colocación de lentes de contacto, implantes, tatuajes, en fin, “Nada de lo humano les es extraño”.
La demolición de los puestos de buhoneros en lo que algún día fue la plaza Diego Ibarra, hoy recuperada, demostró no sólo lo estable del lugar sino su trascendencia. Era un referente comercial latinoamericano conocido como “Saigón” que atraía clientes desde el cono sur.
Este sitio fue la máxima expresión de la evolución del sedentario interruptus a sedentario stativus.
Todos queremos ser buhoneros. Lo vemos en vísperas de la zafra navideña. En ese momento proliferan estos vendedores de toda cosa en cualquier espacio acondicionado o no, en el que se pasan los días que, eso sí, todos dicen, y cito: “Son días para compartir, estar con la familia, reflexionar sobre nuestra condición humana y hacer planes de futuro” ¡mentira cochina!
Claro si usted monta su puesto en el Cafetal y tiene un título universitario no querrá ser llamado buhonero e inventará su propio eufemismo. Alguna vez escuché uno muy sifrino en inglés que lamento no recordar pero el que sí recuerdo es en castellano y decía “Yo soy economista informal”

Pero lo dicho, se acaba el espacio y ahora el tiempo, voy rapidito a hacer la cola. Mi marchante, el del puesto de la esquina de mi edificio trajo leche y aceite de maíz. ¡Chau!
Nicolás Baselice Wierman.
Enero 2012.
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