sábado, 13 de abril de 2013

Fascismo sin Fascistas


Escuchaba una de estas mañanas en la radio una entrevista a dos de nuestros humoristas. Él de teatro y televisión, actor y guionista. Ella caricaturista de uno de nuestro diarios impresos más antiguos, si no el más antiguo. Ambos, en tanto personajes públicos que trabajan con la actualidad, son generadores de opinión. En este momento un buen número de personas como ellos están siendo acosados por grupos identificados con el Gobierno Nacional y su corriente política. El acoso en cuestión es a través de llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos en forma masiva y a toda hora tras la publicación de sus números y direcciones, violando la intimidad e invitando a sus adeptos a hacer semejante cosa. Disuación forzosa, terrorismo, amedrentamiento… califíquelo usted.

Rayma Suprani, que es como se llama nuestra caricaturista de la entrevista, dijo una frase interesante: “no hay fascistas”, y agregaba, “después de la Segunda Guerra Mundial no encuentras un fascista en ninguna parte”, y es cierto nadie se asume como tal.
La palabra fascista se convirtió después de la guerra en una mala palabra, de hecho se utiliza como insulto y descalificación política, pero qué curioso, siempre el fascista es el otro.

En 1967, a escasos 22 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, en el Cubberley High School de Palo Alto, California en los Estados Unidos se llevó a cabo un experimento dirigido por el profesor Ron Jones. El experimento denominado LA Tercera Ola en dinámica de taller perseguía la conformación de una sociedad autocrática "a escala" y a partir de ella explicar el desarrollo del fascismo en Alemania. Como todo comienzo de curso generó entusiasmo, indiferencias y antipatías con respecto al tema y la dinámica planteada. Entre los rechazos resaltaba el argumento según el cual no tenía mucho sentido hacerlo porque era claro que el fascismo estaba  
abolido y no era posible que se repitiera semejante 
absurdo histórico.
A partir de conceptos como disciplina, verticalidad, superioridad y reconocimiento, en apenas una semana se conformó un grupo de legítima factura fascista, ciegos ante la orden superior  y ya fuera de control de su líder. Se había perdido la frontera entre la realidad y el experimento.

Esta anécdota, si es que se puede llamar así, dio pie a una novela de título La Ola, pasó a ser un musical y más recientemente se convitió en película, que por ser de producción alemana, se conoció como Die Welle. Por cierto en Venezuela se hizo obra de teatro con la adaptación y montaje del grupo Skena desde el año 2010.
Si bien es cierto que el desenlace de la historia real no es fatal y sangriento como la obra de ficción que la cuenta, también es verdad la posibilidad de que así lo fuera en vista del descontrol  y fanatismo alcanzado en el experimento  según dicen sus protagonistas originales.Se dieron cuenta entonces de que el fascismo 
como que no estaba tan abolido.

En Venezuela, desde hace casi tres lustros, la palabra fascista se viene utilizando con mucha frecuencia. Los seguidores del Gobierno usan el apelativo contra los grupos políticos que ellos llaman de derecha de una manera casi clásica y de simplificación maniquea. Pero los que se autoproclaman como de izquierda y desde el Gobierno son los que usan las formas del fascismo en sus actuares públicos.

El caso de acoso comentado al principio, ejercido desde el anonimato y certeza de impunidad, la prohibición de presentar una obra en formato de monólogo de una actriz venezolana en un hotel manejado por el Gobierno Nacional llegando al extremo de ni siquiera permitir el alojamiento de la actriz en calidad de huesped por no estar de acuerdo con el Gobierno, el asalto de encapuchados con bombas lacrimógenas, autoidentificados como seguidores de la política oficialista, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela donde se reunían más de dos mil personas para presenciar, justamente, el monólogo de la actriz en cuestión son hechos de clara inspiración fascista.



Es curioso que un gobierno que se jacta de ser inclusivo, que ha eliminado la palabra Conserje porque “es sinónimo de esclavo” , que por decreto prohibe la utilización del  calificativo descriptivo Negro  para personas de ese color y debe ser sustituido por el eufemismo “afrodescendiente”, que es capaz de ordenar la exhibición de un cartel de 80 por 50 cm. en los sitios públicos que reza algo como “está prohibida la prohibición de negar entrada a gente de color”, es curioso decía, que ese mismo Gobierno genere sus propios Ghettos. Hoteles y salas donde te puedes alojar o presentar sólo si piensas como el Gobierno quiere. Empresas de Estado en la que puedes trabajar, sí y sólo sí te pliegas a la línea de pensamiento oficial. Hasta la estética de los actos oficiales es de inspiración fascista. Casi de orden cerrado, uniforme y brazaletes.
Esta contradicción me luce ingenua. Si ciertamente la acción en sí misma es consciente, al no reconocerse como facistas me hace pensar que en conjunto conforman los instintos básicos del que, aún siéndolo, no sabe que lo es. ¿Algo así como un fascista intuitivo?

Ya son muchos años de esta manera de hacer política en Venezuela: discriminación, división, disuación política por la fuerza, el exacerbado “rojo rojito” que en su versión uniforme, hace de sus seguidores una suerte de ejército de ocupación que atemoriza. Similares síntomas se veían en las calles de la Italia de Mussolini, de la España de Franco y de la Alemania Nazi y hoy conocemos el devenir de esas historias.

Sarcasmo puro
Mañana 14 de abril volvemos a las urnas electorales que, después del 7 de octubre, tiene sabor a segunda vuelta. Si nos ajustamos a las declaraciones en primera persona, como dijo Rayma: "los fascistas no existen"… pero la evidencia dice que el Fascismo está vivo y parece contagioso.

En eso pienso hoy antes de votar mañana.

Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, abril 2013.








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