
Si alguien
me preguntara dónde se ven las caras los dos extremos dinámicos de la sociedad
venezolana, yo diría, sin dudar, que es en la estación de servicio.

El conductor
de un vehículo de lujo, más aún si es rústico (que todos son de más lujo) pone
combustible en el mismo sitio que lo hace la moto china y el Lada destartalado que
va quedando por allí y tienen en común al islero o mal llamado “bombero”.

Si la
cacareada lucha de clases se llegase a dar en términos de confrontación cuerpo
a cuerpo, la primera escaramuza se daría en la estación de servicio donde la
opulencia y la miseria se ven las caras. Cuando una persona que no está en
ninguno de los dos extremos llega a este sitio suele sentir como vergüenza
ajena que lo coloca en la ridícula situación de no saber si dejar propina o no,
porque la verdad sea dicha, el monto de la compra ya parece una propina y dejar
el doble o más de lo que se consume suena como demasiado aunque no alcance, de
hecho, para tomar café sentado.
El tema del
costo de la gasolina en Venezuela es otro de nuestros absurdos emparentado con la
tradición de mitos y leyendas. La historia oficial cree y cuenta que el
Caracazo se dio por el aumento de la gasolina decretado en esa oportunidad y a
casi 30 años de ese suceso la gasolina sigue costando casi lo mismo de aquel
decreto.
Todo el que
puede y algunos que casi no, tienen carro. Todos lo usan todos los días. Todos
se miran las caras de un vehículo a otro desde la soledad de su cabina. Todos
se quejan de las colas. Todos piensan: si hubiera un transporte colectivo
digno, eficiente, limpio, la gente dejaría su carro en casa y habría mucho
menos tráfico. Todos piensan lo mismo, que cuando eso suceda, ése de al lado
dejará su carro en su casa y “yo podré circular más rápido y bajará mi stress”.
Yo estoy
seguro de que si los precios de la gasolina alcanzaran la cota, no
internacional, sino al menos el precio de la no pérdida, cuando ese costo deba
ser considerado en el presupuesto familiar para decidir cuándo salimos de paseo
y hasta dónde, descubrirán nuestros conductores solitarios que el transporte
público no es tan indigno como ellos suponen que es.
Si el precio
se nivelara junto con la tarifa de los estacionamientos, que por cierto, una
hora se debe pagar con una moneda que no existe llamada locha, allí sí que no
habría colas y al mismo tiempo la presión de tanta gente necesitada de
transporte colectivo (El del Lada, el del otro, el islero) presionaría a
autoridades y estimularía a particulares a proporcionarlo y carro nuevo es
carro nuevo.
Yo creo que
Venezuela es el único país en el que se convoca a marchas y jornadas de
protesta y se proporciona una lista de estacionamientos donde los asistentes pueden
dejar sus autos.
Me recuerda
un concierto de gran tralalá en Inglaterra donde John Lennon decía al público
con ironía: "Los del gallinero pueden aplaudir, los de los palcos basta
con que hagan sonar sus joyas."
… así las
cosas.
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