G.W.F. Hegel
(1770 – 1831)
“Hegel
olvidó agregar: la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa…”
Carlos Marx
(1818 – 1883) Enmendándole la plana a
Hegel.
En el siglo
XIX los movimientos de liberación consecuencia de previos procesos de
colonización, quedaron registrados en la historia como de avance hacia el ideal
de sociedades libres y de hombres libres. Así, las independencias llevadas a
cabo en América, de norte a sur, contra ingleses, franceses, portugueses y
españoles principalmente, gozaron de una casi inmediata consolidación.
El proceso
de desarrollo de los derechos civiles individuales y humanos, así como de
libertades sociales durante la primera mitad del siglo XX seguido por la globalización de la información hacia
el final de ese siglo gracias al avance tecnológico acelerado que lo
caracterizó, exige de la política unas formas de nuevo cuño. Si bien es cierto
que aún existen modelos neocoloniales, pretender enfrentarlos a caballo y lanza
es un absurdo histórico, por decir lo menos.
Las llamadas
revoluciones del siglo XX, en la medida en que no se apoyaron en las nuevas
tecnologías y en el desarrollo y democratización del conocimiento y por el
contrario se sintieron continuación de gestas históricas pasadas o émulos de
las mismas, terminaron siendo parodias de sus modelos. Más aún, muchas de
ellas, en virtud de su larga duración les alcanzó el tiempo para desdibujarse
al grado de “Teatros de representación de la tragedia a la comedia”.
Los “hombres
fuertes” de la primera mitad del siglo XX aparecidos en Europa, América latina
y África en su mayoría llegaron al poder por actos de fuerza en muchos casos
justificados y por oposición a largos períodos de tiranías, despotismos,
corrupción y tradiciones a contravía de los tiempos.
Una vista
rasante por nombres conocidos nos dará elementos suficientes para entender cómo
entran en la historia por la puerta del drama trágico y a la larga (por largo) tienden
a salir por la trastienda de la farsa, de la comedia.
Así tenemos
por ejemplo a Leonidas Trujillo en República Dominicana (1930), Francisco
Franco en España (1938) Fidel Castro en Cuba (1959), Muhamar Gadafi en Libia
(1969), Idi Amin en Uganda (1971), Nicolás Caecescu en Rumania (1974) y Mugabe
en Zimbawe (1980). Podríamos agregar a esta lista de permanentes empoderados a Daniel
Ortega de Nicaragua.
Ortega sería
el único de este grupo que realmente se repite, según la hipótesis Hegel-Marx,
luego de liderar el enfrentamiento en armas del sandinismo contra la dinastía
Somoza. Hoy en día el Comandante Ortega, como le gusta hacerse llamar, no es
más que la caricatura de lo que políticamente se esperaba de él y su movimiento
en los años setenta.
Visitemos a
uno por uno.



De todas las
transformaciones que acomodaticiamente adoptó Gadafi en su historia política
nos atrae mucho para estos apuntes la que creó esa suerte de RockStar árabe que
llegaba a los hoteles de todas las estrellas pero se alojaba en una carpa en
los alrededores, con su harem de cuidadoras, protectoras, guardaespaldas que
producían fantasías eróticas de todo tenor en los observadores externos. Pero nada
como el paso de los uniformes marciales condecorados a las batolas coloridas
con gorros del mismo tenor que no siempre cubrían ese particular corte de pelo
al aire que terminó exhibiendo hasta el primer día de su muerte.
Idi Amin alrededor de sus 20 años peleó en la
Segunda Guerra Mundial para el ejército británico, ascendió a oficial entre
pocos y fue nombrado Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de Uganda luego
de la independencia. En 1971 protagoniza un golpe de Estado que lo lleva al
poder. En principio moderado en su política y en la relación con las potencias
occidentales, pero, como siempre pasa, se hace ultranacionalista y como todo
elemento de esta especie, se cree el origen de la historia y en sus apariciones
lucía con aire de emperador, uniformado y condecorado hasta sus límites, que
dada la talla de su humanidad, era un amplio territorio.
Y he aquí
que detrás de la comedia del Emperador estaba el drama trágico de las 200.000 víctimas
de su represión y exterminio de etnias como respuesta al intento de derrocarlo
de 1974.
En 1978
invadió a Tanzania de donde salió con las tablas en la cabeza hacia Libia y de
allí a Arabia Saudí hasta su muerte en 2003. En películas hechas posteriormente
donde se menciona o es el tema central, las interpretaciones rayan en la
caricatura, pero es que no era posible hacerlo de otra manera sin traicionar la
historia.
Nicolae Ceaucescu Presidente
Rumanía desde 1974, no obstante estar del lado del bloque soviético tuvo una
política de apertura hacia la Comunidad Europea pero a lo interno era fiero
Stalinista. Viró rápidamente a la comedia intentando convertir a toda la
población de rural a urbana por decreto y a fuerza de demoliciones,
literalmente hablando. Su máximo performance cómico (sin contar las imágenes
del juicio y el cuento de su escape) fue la convocatoria a una concentración de
apoyo popular hacia él que se trocó en abucheos y reclamos ante una cara de
desconcierto que ni ensayada. Es que se creía de verdad merecedor del amor de
su pueblo. La vanidad de estos personajes es siempre mayúscula. Las imágenes
oficiales de Caecescu, todas en la estética del realismo soviético, se habían
quedado congeladas en sus años mozos. A él le encantaban.

La
explicación se puede encontrar en la metamorfósis de su Presidente de héroe
popular a Tirano introspectivo. La vida
de Mugabe se desarrolla puertas adentro del Palacio de Gobierno donde se
atiende sólo los ruidos que molesten al Presidente. Sus reiterados triunfos electorales
han sido denunciados por fraudulentos, lo que no es un rumor porque las
persecusiones políticas y represión sangrienta está a la vista del mundo. Su
estilo de vida es un definitivo alarde de narcicismo, sus celebraciones
onomásticas sobrepasan cualquier cálculo lógico en un país que detenta el record
mundial de inflación en muchos miles por ciento (Sí, miles por ciento).

Su acto más tiernamente
cómico nos lo hizo en Venezuela y fue dormir a pierna suelta en una cumbre de
Presidentes. En esa oportunidad le entregamos la réplica de la espada de
Bolívar (qué bolas). Hoy me enteré de que ese performance del sueño en público
ya es tradicional, claro, son casi 90 años.
Ante todos
estos personajillos tenemos la figura inmensa de Nelson Mandela que
contrariando el algoritmo de Marx transitó del Drama a la Gloria. En estas tres
líneas con este nombre equilibramos y exorcisamos el peso negativo de las
anteriores.
Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, julio 2012
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