Llegué a la edad que
llaman diabólica (será por lo del 66… supongo) y se me ocurre un balance a
partir de tu recuerdo fijo desde hace ya tantos años y directo de la constante
luz de esa velita de tu agenda, que sé cómo valoras, programas y conservas.
Son más de sesenta años y el recorrido ha sido afortunado. Una madre que, como si lo supiera, adelantó una presencia intensiva antes de irse a mis siete años. Algún día le escuché decir “este muchacho como que va a ser arquitecto”, mientras observaba un dibujo que yo había hecho para explicarle una casa que conocía y ella no. Inmediatamente se encargó mi tía, la madre que mis amigos conocen. Esa vinculación hizo que me convirtiera en primo de mis hermanos y mis hijos en sobrinos a un tiempo (son nietos de mi tía) La abuela me enseñó a leer, mi madre me mostró el método y la vocación y, al final, la tía me acompañó por todo el camino para que cumpliera aquella “vocación prescrita”.
Tradición no
había en la familia y, al final del primer tramo, encontré al que sería mi
amigo que un día me preguntó “Negro, ¿tú sabes dibujar? Y confiando en mi
respuesta afirmativa me puso ante mi primer grupo de estudiantes a los que me
presenté con la voz firme al ritmo de la clave desordenada que marcaban las
rodillas aterrorizadas… y pasaron casi veinte años en la actividad que más
pasión ha consumido en mi vida: la docencia.
Gracias Odo,
porque además eras mi más familiar referencia de lo que debería ser un
arquitecto. El no poder superar al maestro creo que me hizo tomar los caminos
transitados de los que estoy absolutamente satisfecho. Cuando me reunía con los
chamos del bloque en el 23 de enero donde vivía cómo pensar que tendría a cargo
colecciones como la de Camile Pizarro o Armando Reverón para recibir
personalidades internacionales con exposiciones que yo decidiría o que a tenor
de los trabajos hechos fuera el único asistente extramuros del Banco Central de
Venezuela para decidir la forma y concepto de un lanzamiento urgente en 24
horas y a petición directa del mismísimo presidente del banco.
Este balance es solo
para creerme que las mujeres que me formaron están y estarían muy orgullosas de
lo hecho desde ellas, pero también para agradecerte la guía que tanto en el codo
a codo de proyectar juntos como a la distancia obligada del trancurrir del día
a día has sido para tantos pero particularmente para mí.
Regalos como la
amorosa amistad con tu (nuestra) hermana Ylleny sería una exageración si no
estuviera equilibrada con ese otro regalo: Julio Cruz…
Es broma porque
hasta (y digo hasta) de Julio aprendí mucho.
Claro con él es a empujones y campanazos pero gracias igual.
Siempre
interesado por mi estado sentimental fuiste testigo cercano del desfile de
todas ellas, las que me deformaron. Desde asesorar a la madre de mis hijos
hasta esa que esperé dos veces, cada vez durante veinte años, pasando por
aquella que para ti siempre fue la ideal porque era “tan bella” (que levantaba
sospecha. Loscher dixit) pero que solo era bella, hasta la que resultó el
compendio de todo lo deseado pero que su marido no deja que se mude conmigo… en
fin, que sabes cómo han sido y cómo ha ido.
Han pasado como
45 años y tengo que decir que eres el amigo más constante que tengo. No sé
exactamente cuántos pero podría ser casi 40 que todos los años tengo tu recuerdo
el día de mi cumpleaños como un hecho fijo. El formato es evidencia del tiempo.
La nota debajo de la puerta, la llamada cantv, más tarde desde un celular pesadísimo
que te agarraba donde estuvieras a esto del Email, Messenger, twiter, Instagram…
Y es que venimos del blanco y negro y hoy vivimos a color. Si levantamos la
mirada un poquito y dejamos de vernos el ombligo estaremos obligados a
contrariar el dicho y exclamar “Ningún tiempo pasado fue mejor” en eso creo.
Odo querido,
gracias por tanto.
Tu hermano Nico.
29 de noviembre
de 2018.
(Me tomó casi cinco
días escribir esto)