No era pobre, es
decir, no era objeto de estadísticas que lo hicieran merecedor de la atención y
el cariño del régimen de Gobierno. Vivía con modestia y dignidad. Tampoco era
rico como dictaría el maniqueísmo de la literatura de folletín. Estaba ubicado en
el mero pasillo de la invisibilidad pero lo angustiaba la torpe ejecutoria de
la camarilla gobernante.
La esperanza de cambiarlo todo en aquel referéndum de
un plumazo fue lo que lo terminó de arrinconar. Tenía la certeza de que era el
momento y compró, muy barata, la especie de que había sido robado el triunfo
con fraude.
Pensar en irse afuera
no era una opción, y no era arraigo, es que en ese momento la franquicia de
exportación del experimento político nacional hacía ver aquello, más allá de la
frontera, como la utopía hecha realidad, y si algo no quería, era ser víctima
de la política exterior de su país. Sería el colmo, decía. Aunque era una broma
sonaba bien. La verdad era que entre sus limitadísimos recursos de jubilado y
el secuestro económico que suponía el experimento político, esa no era una
posibilidad.
Era creyente
decía, pero no de religiones. Creyó que la política se podía hacer sin
políticos, conoció así la palabra outsider, los apoyó para más tarde o muy
tarde descubrir que eran embrión de caudillos. En ese camino acuñó la frase:
Las ideologías con nombre de gente viva son la maldición de los pueblos. Desde
aquí, creyó ahora en las fuerzas que se oponían que con argumentos no solo
hilados sino con mucha difusión lo convencieron de que la capital era el país y
su barrio la vanguardia renovadora. Pero perdió y la depresión lo invitaba a
taparse los oídos como los niños, vivir hacia adentro y aunque ya sabía que no
era verdad repetía como un mantra: Me importa un carajo lo que hagan, si no
trabajo no como.
Quiso entonces
vivir una vida hacia su interior, espiritual la llamaban en la época. No
encontraba cómo. Nunca tuvo mayor afición por la música, no sabía qué cosa era
comprar discos. La lectura siempre le dio sueño y, aunque hubo libros, nunca
hubo lecturas. El cine, eso sí, pero era caro y la verdad no había un círculo
en el que se pudiera comentar ese género o al menos él no lo conocía.
…
Esta semana se
cumple un año más del fallecimiento del abuelo y conocer ese país que mamá les
ha contado tanto será divertido. Además, ella estará muy feliz de ver de nuevo
esa ciudad donde creció y que hoy está irreconocible.
Les juro que se
van a divertir. Conocer el país del abuelo o, al menos, su ciudad y su barrio
será interesante hasta para mí que nunca lo vi sino a través de los ojos de
mamá...
Sí claro, verán muchas
personas mayores, viejitos y viejitas. Seguramente fastidiosos, pero les
aseguro que estarán encantados de verlos y eso siempre es grato…
…¿Vamos a por las maletas?
Nicolás Baselice
Wierman.
Caracas, enero
2014
Publicado en
marzo 2018.