Si algún tiempo de mi juventud recuerdo con felicidad y
nostalgia es aquél en que formamos esa suerte de comuna (en la acepción hippie
del término) en la que llegamos a convivir hasta 16 personas simultáneamente. Tres
generaciones, la mayoría, si no todos, en formación y siempre bajo la mirada
rectora de Doña Nieves.
Hacía muy poco tiempo, Nieves se había ido llenando de
yernos y una que otra nuera, éstas de alta rotación por cierto. No le fue
difícil, eran cinco niñas, todas bellas y un varón bastante sinvergüenza,
virtudes ambas que la enorgullecía. Fue en esa época, cuando aún rondábamos los
veinte años, algunos por arriba, otros por debajo, el tiempo en el que nos
hicimos irresponsablemente prolíficos, cuando Nieves empezó a oficiar como la
Mamá Grande de toda esa tribu.
Creo que eran los tempranos años sesenta cuando Nieves, que
era La Maestra de su pueblo, provincia en la provincia, se viene a Caracas en
busca de esa educación que quería para sus hijos y que sabía que allá no
conseguiría. En el barrio al que llegó todavía existían las casas de vecindad y
las de grandes patios de paredes de adobes de barro. En ambas vivió y en todas
fue feliz… podría asegurarlo.
Manejó esa tropa con autoridad y disciplina muy particulares.
Podía prohibir la ida a una fiesta vespertina a una de sus hijas y en el mismo
minuto preguntar a otra de ellas, que anunciaba viaje a la playa de tres días
con un amigo, si se iba a ir sin comer. Esa particular autoridad derivó en la pícara
ternura casi ingenua de la que disfrutamos nosotros en nuestra adultez y sus
nietos y bisnietos en su infancia.
Me gusta pensar que lo que hoy llaman responsabilidad social
se inventó para ponerle nombre a eso que Nieves hizo, no como actos generosos
(que lo eran), sino como una obligación moral de vida ante sus pares,
familiares o no, que no habían tenido la oportunidad que ella construyó para
sus hijos.
Fue así como no dejó que aquella comuna se vaciara por completo y la
realimentaba trayendo de aquella provincia a sobrinos, ahijados, hermanas, en
fin… para que se formasen en algún oficio o profesión o para que por lo menos
vieran que el mundo tenía otros modos, otras formas, otros límites. No todos
resultaron como a ella le hubiera gustado, pero todos hoy lo reconocen y
agradecen… no tienen escapatoria.
Hoy estamos aquí despidiéndola, con el dolor de la pérdida y
la alegría de atestiguar una vida de más de 90 años, vivida a diseño propio, a
plenitud y sobre todo la despedimos con la satisfacción de que hubo visto su
obra hecha. Aquí estamos, somos parte de su hechura, de nosotros queda pasar a
nuestra descendencia el reconocimiento de una vida que nos hace historia.
En lo particular, estoy en deuda y juego con ventaja. Esta existencia me regaló en
sobredosis un trío de madres:
Luisa que me parió, Graciella que me crió y Nieves que
me creció.
Doña Nieves, gracias por tanto.
Nicolás Baselice Wierman.
Caracas, marzo 2017.