Era pasado el
mediodía. El llamado del teléfono a mi lado me sacó de concentración. La voz al
otro lado: joven con un punto de disfonía y de una particular musicalidad que
invitaba escuchar el concierto completo sin apuros, pide hablar conmigo por nombre y apellido.
-Mi nombre es
Rayna Petkoff, le hablo de Cultura del Banco Central de Venezuela…
Tenía la
referencia por alguien que, en ese momento, asesoraba al Banco en uno de sus
proyectos culturales. Solicitaba de mí un servicio que estaba en la más baja de
la gama que podríamos ofrecer a un organismo como ése. Tanto era así, que
podría haberse hecho sin cargos sin producir la más mínima pérdida. Mas sin
embargo, para no romper con nuestras normas internas de la compañía y enterado
ya de la urgencia de la solicitud, mi respuesta fue:
-El único
problema, señora Rayna, es que nosotros no trabajamos sin anticipo y el trámite
seguro tardará un tiempo.
Era una pesadez. Ella y yo lo sabíamos, por lo que me atajó diciendo:
-¿Es que no
entendió que estoy hablando del Banco Central de Venezuela?
-Sí - copiando su tono- pero esta
mañana titulaba el Nuevo País a todo lo ancho que el BCV está técnicamente
quebrado.
…La verdad es que
hasta aquí recuerdo el episodio. Lo que sí sé es que el trabajo se hizo a
satisfacción, en el tiempo requerido y lo más importante: Sin anticipo.
¿Dije lo más
importante? Pues no es cierto, lo más importante es que desde esa llamada ya no
hubo discontinuidad de tu presencia en mi vida. Para cosas buenas y otras no tan
buenas. Desarrollamos una amistad en paralelo con el trabajo que en la medida
que me confiabas mayores responsabilidades profesionales, mayor era el cariño,
la admiración y el agradecimiento.
De orígenes e
historias tan disímiles, nada hacía suponer que llegáramos a conocernos y solo
la Amistad (con atrevida mayúscula) podía hacer que más de veinte años después,
hoy en tu partida, sienta este dolor tan profundo, lleno de vacío casi
contradictorio con esa infrecuencia y constancia que nos unía.
Cada vez que tu
salud nos acercaba, solo los argumentos podían ser consuelo y esperanza. Para
mí, siempre fue tarea difícil porque ante tu temor estaba el mío con dolor. Sin
embargo logré esa idea que funcionó en esos dos momentos extremos:
-Además, -Te decía- quédate
tranquila, recuerda que yo me voy a morir primero que tú. Uno, porque la
bilogía así lo ordena, yo soy más viejo y, y dos, porque me da la gana.
(“Me ronca la
gana” te gustaba decir) Y en ese momento pasabas del llanto a la risa, creo que
agradecida. Desafortunadamente no te pude cumplir. Ya sabrás perdonarme.
En este momento
hago mía la idea de nuestra amiga en común: “Hoy quiero creer que existe la
otra vida. Quiero creer que voy a volver a oír tu voz, ver tu sonrisa, el
énfasis de tus manos y si fuera posible, el tic tac de tus pasos” Así es, hoy
quiero creer.
Si me pusiera, y
permíteme el término, hemerotético, podría saber el día exacto de nuestra
primera conversación y el entorno del horario laboral daría un espacio bien
preciso del momento cero de nuestra amistad. Lo que será imposible es ponerle
una última fecha, porque no basta la muerte para un final en ti.
Como te lo gritó alguna vez aquella pared que se veía desde tu escritorio:
Tú eres defiinitiva.
Porque hoy quiero
creer…
ojalá que hasta
luego.
Por lo pronto te voy a extrañar,
…Y mucho.
Besísimo.
Nicolás Baselice
Wierman.
@nbaselice
Caracas, noviembre
2015